Silencio/s | IGNASI VILLARES

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Silencio/s. ACVic. Foto: Lola Mas

El silencio es el trasfondo en el que se proyecta la potencia de la palabra. Es su condición indispensable a pesar de su naturaleza profundamente diferente. No puede haber palabra en el ruido verbal o mental. Desconfiamos a menudo de la palabra por su capacidad de manipulación. Tenemos pruebas constantes y fehacientes en los discursos que emiten la mayoría de ámbitos de poder. En muchas ocasiones, lo que parecen argumentos racionales, nobles y dignos ocultan y disfrazan los intereses más inconfesables. Pero el silencio también puede ser un instrumento de manipulación o uno de sus efectos. Pensemos en la desdichada propensión de las dictaduras a silenciar al disidente o a censurar y aleccionar la producción cultural. El silencioso dentro del grupo, por ejemplo, suscita una intriga que puede ser usada en beneficio propio. En ocasiones, el silencio puede puede ser fruto de la incomunicación, a la indiferencia o el desprecio. En definitiva, el significado del silencio está condicionado en buena medida por el contexto donde se sitúa y su valoración puede ser positiva o negativa dependiendo de las circunstancias. En definitiva, el significado del silencio está condicionado en buena medida por el contexto en el que se sitúa y su valoración puede ser positiva o negativa dependiendo de las circunstancias. De igual manera, no resulta en absoluto idéntica la dicotomía silencio-palabra o silencio-sonido que la del silencio-ruido. No obstante su diversidad de significados y valoraciones, el silencio parece menos manipulable que la palabra. Sin el silencio no hay palabra, como decíamos anteriormente, pero sin palabra puede haber silencio. Este último precede y sucede a la existencia del individuo. La palabra como expresión de la vida humana está abrazada por el silencio en su principio y final. La palabra y la vida no serían más que un paréntesis dentro del silencio. Su carácter preliminar y conclusivo hace que nos parezca más consistente, más permanente que la palabra y que nos pueda inspirar más confianza. También nos da confianza porque a menudo somos conscientes de los límites de las palabras y de los conceptos que vehiculan. Casi siempre somos prisioneros de las ideas que nos hacemos de las cosas. Como afirman diversas corrientes espirituales de oriente, los conceptos-palabras encapsulan la realidad y no reflejan correctamente la corriente continua y cambiante de los acontecimientos ni tampoco de la infinidad de matices que componen lo concreto y único por tu tendencia a crear categorías generales. El silencio sería pues, la orilla firme desde donde ser consciente del continuo flujo mental y emotivo del psiquismo según los principios básicos de muchas de las prácticas de meditación.

Precisamente por su carácter no verbal y no discursivo el silencio permite trascender, ultrapasar las carencias de las palabras, permitiendo que aflore en la experiencia un presente de plenitud gracias a la atención debidamente focalizada en cada instante del propio proceso psíquico; gracias a vaciarse de aquello que es accesorio, ruidoso. Vaciándonos nos llenamos. La palabra define, acota, establece una rotunda diferenciación entre el sujeto que habla y el mundo que es objetividad cuando se describe. La atención en el silencio es unitiva y abole, ni que sea por un momento, esta vieja dicotomía entre sujeto y objeto, permitiendo fundirnos con lo que estamos viviendo, como a menudo experimentan los artistas en su trabajo creativo. Crear es, quizás, meditar actuando sobre la materia desde el silencio interior. El arte se pronuncia sobre el hombre y el mundo, sobre lo que es real y sobre los que es soñado. Es equiparable a la palabra. En este sentido, la obra que más auténticamente representa el silencio es aquella que no ha nacido, aquella que no existe; pero a pesar de resultar bastante sorprendente, es perfectamente lícito hablar sobre el silencio con palabras o con las obras de arte.

De todos modos, si se quiere comprender de verdad el talante del silencio, lo mejor que podemos hacer es callar. El silencio que no se ha sedimentado en el fondo del alma puede acabar resultando un puesto o una impostura. Más que hablar sobre el silencio lo que sería bueno es aprender a callar. Necesitamos el silencio. Vivimos inmersos en un mundo lleno de ruido, de información, de datos, de mensajes. Este exceso verbal, esta contaminación acústica, hace indispensable, más que nunca, el silencio. Necesitamos la paz interior que nos aporta. El silencio nos familiariza con la muerte inevitable, que es el silencio total y definitivo. Hace que podamos intuir hasta cierto punto su naturaleza. Significa una praeparatio morte que, en cambio, permite apreciar y vivir con profundidad el carácter efímero y limitado de la vida humana. Del mismo modo que el mundo actual niega el silencio, también niega la muerte porque uno y otro van muy ligados. Quizás haciendo frente a ambas realidades, asumiéndolas radicalmente, nuestra vida sería diferente y más plena.
Vivir el silencio en la quietud es, quizás la mejor manera que tenemos para hacernos una idea de la eternidad entendida como la ausencia de temporalidad. Quietud y silencio son entidades hermanadas. El silencio es prácticamente imposible en el movimiento. En un rato de serenidad silenciosa (a pesar de estar incrustada en el tiempo) el primer minuto y el último tienen idéntico carácter. En su transcurso no se produce ningún tipo de narratividad o secuencialidad y esto hace que sus componentes indiferenciados lo acerquen por similitud a la calidad de lo no-creado, que estaría fuera de la sucesión inexorable de los acontecimientos.Se trataría, pues, de una analogía, no solo porque es imposible alcanzar el silencio absoluto en el tiempo vital (siempre habrá un opaco latido del corazón y el leve murmullo de la respiración) sino porque el silencio invoca la esencia desde la existencia y ambas realidades son radicalmente distintas. Esta aparente conjunción paradójica de esferas antitéticas pondría de manifiesto aquello que muchos poetas y místicos llaman lo inefable, es decir, aquello que no se puede explicar con palabras.