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Formulado como una respuesta a la filosofía occidental, pero con una mirada constante hacia Oriente, el pensamiento de Luce Irigaray es el punto donde se unen los mundos del pasado y el presente, de Oriente y Occidente. En un intento de revisar el pensamiento filosófico occidental, Irigaray trata de centrar su filosofía en el elemento esencial que ha sido olvidado por la mayoría de los filósofos, el aire.
En el libro The Forgetting of Air[1]Irigaray intenta redirigir el marco filosófico occidental, que se centró durante siglos en el acto de pensar, al aire, como un requisito para la vida, la contemplación y la acción.
El aire ha sido desatendido en la filosofía occidental porque “el aire no se manifiesta. Como tal, se resiste a aparecer como (un) ser. Se permite a sí mismo ser olvidado”.[2] Así que es la ubicua presencia del aire la que la convierte en una ausencia y nos permite olvidarla tan fácilmente.
El ser humano está hecho de materia y de respiración, y vive en la tierra, así como en el aire. Pero los filósofos occidentales, como Martin Heidegger, no dejan terreno “ya sea de la tierra o del logos”.[3]
Irigaray cree que el pensamiento occidental ha florecido en el aire, pero en lugar de analizar el núcleo mismo de su existencia, se ha pasado por alto completamente, creando un vacío, “usando el aire para hablar sin hablar nunca del aire”.[4] Así, se ha desarrollado una filosofía nombrada por Irigaray “la filosofía del olvido”; como contrapeso, ella propone una filosofía de la respiración,[5] es decir, una filosofía que tiene en cuenta el aire.
La filosofía de la respiración aborda las cuestiones del Ser, utilizando el aire como el punto de partida. Estamos rodeados y penetrados por el aire, así que ningún pensamiento y ninguna creación artística es posible sin ella. En oposición a Heidegger, quien afirma que “ser humano significa estar en la tierra como un mortal”,[6] Irigaray se pregunta, “¿Puede el hombre vivir en otro lugar que en el aire?”. El aire es “el lugar de toda presencia y ausencia”.[7] El aire es el aliento y el lugar sin aliento es el lugar de la desaparición.
Aunque The Forgetting of Air de Irigaray a menudo se percibe como una crítica hacia el pensamiento heideggeriano, de hecho no va en contra de su línea filosófica, sino que pretende expandirla; ella aclara que a través de su trabajo quiere
celebrar el trabajo de Martin Heidegger. Para tener éxito en este gesto es necesario no apropiarse de su pensamiento, sino respetarlo en su diferencia. Rendir homenaje a Martin Heidegger en su relación con la tierra, el cielo, las divinidades y los mortales suponía para mí descubrir y afirmar otra relación posible con esta cuádrupla.[8]
De todas formas, Heidegger no se olvida del aire completamente. En “La Cosa” utiliza la metáfora de una jarra para afirmar que la “La cosicidad del recipiente no descansa en modo alguno en la materia de la que está hecho, sino en el vacío que acoge”,[9] un vacío que mantiene y sostiene lo que se vierte dentro. Es una metáfora que refleja a Aristóteles, quien afirmó que “parece que el lugar no es solo las paredes del recipiente, sino también el vacío entre ellas”.[10]
Así, la cosicidad de la jarra no viene de la sustancia que mantiene sus muros, la tierra, sino del contenido que descansa en su interior, el aire. Entonces, se trata de un vacío con presencia y sustancia, que se acoge en el interior de las paredes de la jarra y la llena. Al mismo tiempo, la metáfora del recipiente de algún modo alude a la idea de la feminidad; sostener activamente el vacío –o la vida, en el caso de la mujer- significa que el cuerpo femenino no se percibe como pasivo, sino como activo.[11]
En la filosofía de Irigaray, la corporalidad está vinculada con la existencia; Irigaray revisa la tradición filosófica y religiosa de Occidente a través del espectro de las prácticas orientales centradas en la respiración. Irigaray observa que en la filosofía occidental el análisis empieza con el logos y se centra en la palabra, mientras que en las prácticas de Oriente la raíz de toda teoría es el cuerpo y la experiencia.
Por ejemplo, en la tradición cristiana “en el principio era el logos”, mientras que para la tradición india “lo divino no se encuentra en una trascendencia inaccesible. Es lo que puedo llegar a ser”.[12]
Observando que la cultura occidental hace hincapié en la importancia del logos y del arte, limitando el ejercicio físico en la medida en que nos mantiene en condición de perseguir estas cosas, Irigaray propone una mirada hacia Oriente, donde el propio cuerpo puede convertirse en espíritu a través del cultivo de la respiración.[13]
El cultivo de la respiración se presenta como una alternativa a la ruta habitual hacia la comprensión, que para los estándares occidentales requiere un pensamiento intenso y una observación aguda. Según Irigaray, estudiar la respiración puede revelar las conexiones entre el cuerpo y la conciencia, la actividad y la pasividad, la inmanencia y la trascendencia.[14] Así, uno puede llegar a conocerse a sí mismo, evitando las oposiciones problemáticas del pensamiento occidental, las dicotomías entre el tiempo y el espacio, la forma y la materia, la mente y el cuerpo, el yo y el otro, el hombre y la mujer.
En cuanto a esta última oposición, muchas feministas han observado que la división ontológica entre el cuerpo y la conciencia –que se encuentra en el corazón del dualismo cartesiano- se refleja en nuestra concepción de la diferencia entre los sexos. La mujer se identifica con el cuerpo, mientras que el hombre es la conciencia, la mente y el espíritu.[15]
Más detalladamente, se consideraba que la mujer actúa sobre todo según sus sentimientos, sin una profunda reflexión; además se suponía que ella carecía del elemento del “Genio”.[16] Esta división se refleja en los papeles tradicionales del hombre y de la mujer en la crianza de los hijos, donde se cree que las mujeres contribuyen a través de su cuerpo, mediante la gestación y la alimentación de los niños –la sangre y la leche-[17] mientras que los hombres contribuyen con la educación y la satisfacción de sus necesidades espirituales.
En la filosofía griega e hindú la respiración se identifica como una sustancia entre el cuerpo y el espíritu; si el cuerpo se considera como un atributo “femenino” y el espíritu como una característica “masculina”, desarrollar una filosofía de la respiración tiene el potencial de actuar como un puente entre el hombre y la mujer, rompiendo la cultura de segregación entre los dos sexos que ha estado vigente durante siglos. Por lo tanto, la teoría de Irigaray va en contra de la división tradicional entre el cuerpo y la conciencia, que se refleja en los estereotipos sobre los sexos.
La filósofa restaura la posición de la mujer, haciendo hincapié en cómo las mujeres engendran a través de la respiración. Desde el útero, los niños comparten el aliento con su madre; después de salir del útero de su madre, se independizan al respirar por su cuenta:
La respiración se corresponde al primer gesto autónomo del ser humano vivo. Venir al mundo supone inhalar y exhalar por sí mismo.[18]
Así que desde el día del nacimiento hasta el día de la muerte, la respiración marca la autonomía del ser. Al mismo tiempo, respirar aleja al bebé de la madre y establece un nuevo tipo de relación con ella:
Respirar es separarse de [la madre o de la naturaleza], para volver a nacer, y para devolverle una parte de su respiración: a través del aire, a través de los elogios, a través del trabajo de la vida y del espíritu viviente. Respirar es dejar la pasividad prenatal, para salir del estado infantil, dependiente o mimético, dejar contigüidad simple con el universo natural, con el fin de mantener y cultivar una condición de vida autónoma.[19]
Es decir, respirar es cuidar de la vida propia, es abrirse camino en la vida. Hay dos niveles de respiración según Irigaray, la respiración natural, que es el aliento corporal, y la respiración cultural, que es el aliento espiritual. Sin embargo, “no nacimos realmente, no somos realmente autónomos o vivos, si no cuidamos, de manera consciente y voluntaria, de nuestra respiración”, por lo tanto tenemos que entrenar nuestra respiración con la práctica cotidiana (a través del yoga, por ejemplo). Al hacernos cada vez más conscientes de nuestro aliento, podemos transformar la respiración natural en una respiración espiritual y así mejorar nuestra espiritualidad.[20]
El aire es también el lugar donde los dos sexos se encuentran “quedando dos", preservando su individualidad, pero en una coexistencia tranquila. Por lo tanto, Irigaray acepta la diferencia sexual, pero hace hincapié en la simbiosis y la complementación mutua:
La reunión de nuestra existencia puede cumplirse a través de la respiración. Se trata de un vehículo a la vez de proximidad y de distanciamiento, de fidelidad y de destino, de vida y de cultivo [...] La vida es cultivada por la vida misma, en la respiración. Esta práctica produce una distancia, un extrañamiento, un devenir propio que es una renuncia de la adherencia al medio ambiente. Lo cercano se convierte en lo propio, a través del aire. Si la respiración me aleja del otro, este gesto significa también un intercambio con el mundo que me rodea y con la comunidad que lo habita. La comida y el habla incluso pueden asimilarse, pueden en parte ser míos. No es lo mismo para el aire. Puedo respirar en mi manera, pero el aire simplemente nunca será mío.[21]
El aire es un elemento del que nunca nos podemos apropiar. Uno puede simplemente existir dentro de él, utilizarlo para mantener el cuerpo y el espíritu, y compartirlo con los demás. Por lo tanto, la respiración nos une con los otros, al mismo tiempo que pone de relieve la individualidad; genera proximidad y distanciamiento al mismo tiempo. En cuanto a la proximidad, Irigaray cree que la respiración es el elemento que nos une con nuestro entorno y los demás.
Influenciada por las enseñanzas y las prácticas orientales, Irigaray ha revisado la filosofía occidental a través del espectro de la respiración, definiendo la respiración como el primer gesto del ser autónomo, que marca la separación de la madre y nos lleva al contacto con el medio ambiente y los demás. Según Irigaray, respirar conscientemente puede convertirse en el puente entre el cuerpo y la conciencia; creía que el aire es un lugar de convivencia armónica, donde los conceptos de lo corporal y lo espiritual, lo masculino y lo femenino, lo divino y lo profano, encuentran su equilibrio ideal.
Notas de pie:
[1]Luce Irigaray, The Forgetting of Air in Martin Heidegger, London: Athlon Press, 1999, p.5.
[2] Ibid., p.14.
[3] Luce Irigaray, “From The Forgetting of Air to To Be two”, in Nancy Holland; Patricia Huntington. Feminist Interpretations of Martin Heidegger, Pennsylvania: Pennsylvania State University Press, 2001, p.309, p.310.
[4] Irigaray 1999, p.5.
[5] ibid., p.7
[6] Martin Heidegger, “Bauen, Wohnen, Denken”, en Gesamtausgabe, Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann 2000 (1971), p.149.
[7] Irigaray 1999, ibid, p.7.
[8] Irigaray 2001, p.315.
[9] Martin Heidegger, “Das Dinge”, en Gesamptausgabe, Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, 2000 (1971), p.171: „Das Dinghafte des Gefäßes beruht keineswegs im Stoff, daraus es besteht, sondern in der Leere, die faßt.“
[10] Aristotle. Physics IV, 212a: “φαίνεταιγὰροὐμόνοντὰπέρατατοῦἀγγείουεἶναιὁτόπος, ἀλλὰκαὶτὸμεταξὺὡςκενὸν”.
[11] Carol Bigwood. “Sappho. The She-Greek Heidegger Forgot”, en Holland, Nancy J.; Huntington, Patricia J. Feminist Interpretations of Martin Heidegger, Pennsylvania: The Pennsylvania State University, 2001, p.173.
[12] Luce Irigaray, Between East and West, New Delhi: New Age Books, 2002, p.43.
[13] Irigaray 2002, p.7.
[14]Johanna Oksala, “From Sexual Difference to the Way of Breath: Toward a Feminist Ontology of Ourselves”, en Ellen Mortensen (ed.), Sex, Breath and Force: Sexual Difference in a post-feminist era, Oxford: Lexington Books, 2006, p.44.
[15] Oksala 2006, p.44.
[16] Véase también: Christina Grammatikopoulou, “Women, art and education in early 20th century Greece”, Interartive, #12, August 2009 [online] <https://interartive.org/2009/08/women-art-education> (Consulta: 10 de Julio de 2012)
[17] Irigaray 2002, p. 81
[18] Ibid.
[19] Irigaray 2001, p.309.
[20] Irigaray 2002, ibid, pp.75-76.
[21] Irigaray 2001, p.309.