Peter Sloterdijk considera la globalización como un fenómeno muy antiguo que empieza con los grandes viajes que llevaron a cartografiar el territorio, a importar y exportar las mercancías y consecuentemente a intentar universalizar los idiomas y las culturas más fuertes. En su libro In the World Interior of Capital,[1] afirma que la verdadera historia de la globalización terrestre debe ser narrada como la historia de “las esferas de protección”, es decir, aquellas “envolturas de salvación” que los europeos han creado durante sus viajes para reproducir “condiciones de existencia vivibles”.[2] Los exploradores europeos llevaban consigo los instrumentos cognitivos que los orientaban en contextos extraños y desconocidos. Metafóricamente, estos instrumentos eran como baldaquines: “simbolizaciones portátiles del cielo” que acompañaban al colonizador en sus viajes. La idea del baldaquín, que extrae de la historia del arte, le resulta particularmente idónea a la hora de analizar los éxitos europeos: “No fue tanto el fatal ‘exterminismo’ que por siglos confirió a los europeos el primado en la conquista del Exterior, sino sus capacidad de conservar un mínimo de espacio propio en los lugares más variados”.[3] Sloterdijk confiere a la función protectora del baldaquín también la función de observatorio. La capacidad de llevar consigo su proprio cielo dio a los europeos la posibilidad de observar al extrajero sin ser observado: “el observador es quien percibe al Otro a través de una ventana teórica y se aparta de la observación en el sentido contrario”.[4] El movimiento unilateral del observador europeo ha fortalecido la idea de que se podía construir la imagen del Otro, sin atender al verdadero significado de su identidad. Se lanzaron interpretaciones sobre el objeto de la “representación” para domesticarlos y para tenerlos bajo control dotándolos con significados que no poseían.
Uno de los cinco baldaquines que ha permitido a los europeos exportar sus propios espacios vitales según Sloterdijk ha sido la traducción lingüística.
Durante la globalización terrestre la traducción ejerció la principal función de baldaquín. Los europeos se encontraron delante de un multiversum semiótico de enorme variedad, con sus propias mitologías, religiones, ritualismos, artes y gestos. En esta babilonia, las estrategias adoptadas tanto por los colonizadores como por los colonizados fueron por un lado la imposición de la lengua del colonizador como lengua universal, por el otro la penetración de los idiomas por medio de la traducción. En la mayoría de los casos los idiomas europeos han remplazado las lenguas locales aunque, a la imposición por parte del colonizador, algunas comunidades han respondido con actos de resistencia lingüística.[5] Este fenómeno ha sido un tema de reflexión por parte del artista mexicano Guillermo Gómez Peña que en sus performances usa el spanglish como forma de rebelión al poder del imperialismo americano. Sus trabajos expresan el concepto formulado por Homi Bhabha acerca de la traducción cultural, espacio de negociación política donde el sujeto no es ni el Uno ni el Otro, sino algo distinto. [6]
Siguiendo el análisis de Sloterdijk, podríamos afirmar que la observación desde una ventana y bajo un baldaquín ha comportado la formación de un doble movimiento en la construcción de la imagen del Otro. Por un lado la imagen estereotípica y exótica manipulada por el observador europeo fiel a su ideología. De aquí la construcción de la imagen icono o mito que llega a Europa por medio de pinturas, dibujos, descripciones en textos literarios, etc., (el artista español Rogelio López Cuenca analiza la construcción del Otro por medio de las imágenes en su obra in progress titulada El paraíso es de los extraños). Por otro lado la imagen que las culturas coloniales tenían de sí mismas por medio del filtro cultural colonial (textos, literaturas, deportes, normas sociales y civiles, etc.). Una consecuencia de la hegemonía cultural occidental sobre las culturas periféricas ha sido un condicionamiento lento de la cultura dominante en la construcción de la cultura colonizada, como en las experiencias sociales vernáculas, en la criollización lingüística, en las hibridaciones culturales y en las representaciones artísticas que, siguiendo el canon cultural occidental como punto de referencia, terminaban creando algo nuevo e imprevisible. [7]
Las culturas dominantes, así como las minoritarias, han tenido que crear instrumentos conceptuales para la defensa de sus espacios vitales. El elemento del baldaquín como espacio de protección y observatorio sin embargo se abre a muchos ámbitos de estudio actuales que analizan, desde la perspectiva de traducción, la conexión/colisión entre culturas. Desde la perspectiva de los “post”-colonialismos, por ejemplo la teórica Tejaswini Niranjana[8] considera la traducción una poderosa influencia en la formación de las identidades de la cultura extranjera, sobre todo si esta cultura se encuentra en un estado de sometimiento. Según ella la traducción ha contribuido a la desigualdad entre pueblos, razas y lenguas. Sin embargo, a través de la misma traducción se pueden poner en discusión los cánones de la cultura dominante. Idea esta compartida por la mayoría de los teóricos del postcolonialismo que se han enfrentado a la complejidad de la traducción, entre los cuales cabe destacar a Gayatri Spivak[9] según la cual reflexionar acerca de la traducción y la subalternity significa reflexionar sobre el imperialismo intelectual como una nueva forma de política colonial.
[1] Titul original Im Weltinnenraum des Kapitals, Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 2005. Para este estudio hemos utilizado la versión italiana titulada Dentro il capitale, Meltemi, Roma 2006.
[2] Cfr. Peter Sloterdijk, Dentro il capitale, op. cit., pp. 164-165. Las frases entre comillas son del autor.
[3] Idem (traducción mía).
[4] Idem, p. 165.
[5] La lengua del colonizador ha producido una colisión clara y discernible en el habla del otro, así como importantes formas de “rebelión lingüística”. Algunos ejemplos son las lenguas criollas, los pidgins, las entremezclas lingüísticas como el spanglish, el llanito, portuñol, janglish.
[6] Véase el capítulo titulado “Como entra lo nuevo al mundo. Espacio posmoderno, tiempos postcoloniales y las pruebas de la traducción cultural”. En: BHABHA, Homi K., El lugar de la cultura. Trad. César Aira. Buenos Aires: Manantial, 2002, pp. 257-254. (Títul original, The location of Culture. Routledge, 1994).
[7] Algunas de las posiciones más interesantes acerca de la traducción como sobrevivencia son las producidas en ambito postcolonial por teoricos de la India, America Latina y Brasil. País este ultimo, que a partir del Manifiesto antropofágico de Oswaldo de Andrade ha elaborado el concepto de traducción como una forma de antropofagia o canibalismo. A partir de este concepto, los hermanos brasileños Haroldo y Augusto de Campos han formulado su teoría de la transcreación o recreación para referirse a la carga creativa de los traductores, sujetos activos en la reafirmación de la propia identidad cultural. Mientras en Europa el cannibalismo tuvo una acepción negativa, siendo el resultado de prácticas tribales y salvajes, en Brasil se volvió una práctica que simbolizaba las virtudes positivas del pueblo indio y de su resistencia a la cultura europea.
[8] NIRANJANA, Tejaswini, Siting Translation. History, post-structuralism, and the colonial context. University of California Press, Berkeley, Los Angeles, 1992.
[9] Spivak, Gayatri Chakravorty, ¿Pueden hablar los subalternos?, Ed. Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA), 2009. (Título original: “Can the Subaltern Speak?”. En:
A Critique of Postcolonial Reason. Toward a History of Vanishing Present. Cambridge, Harvard University Press, 1999, pp. 248-311).