Algunas dibujantes americanas de principios del siglo XX | RAFAEL CAMPOS ROCHA

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El Capitalismo es el principal medio de incentivar la creación artística en Occidente. Y fue el capitalismo, a través de los Sindicates y de su propia competencia estructural, el que hizo que los cómics americanos alcanzasen niveles de excelencia a principios del siglo pasado, gracias también a la inclusión sin precedentes de mujeres en autoras , incomparable con otros medios de creación como, por ejemplo, la pintura. Evidentemente, cuando se busca calidad y talento capaz de generar lucro y público, el género cae en desuso, siendo solamente restaurado en el momento de recompensa por el trabajo. Eso puede ser contrastado por la velocidad con que las mujeres fueron aceptas en el mercado de trabajo y la morosidad en la equiparación salarial con los hombres, todavía discrepante en la mayor parte del mundo.

Según los estudiosos Dwight R. Decker y Richard Marschall, existían más mujeres dibujantes en los periódicos de 1900 que en los de 1980, cuando la investigación fue publicada. Dudo que esa realidad haya cambiado efectivamente, a pesar de las nuevas facilidades de auto-publicación por internet y de la nueva fiebre de las graphic novels dedicadas a la experiencia personal, uno de los temas preferidos de las artistas feministas.

Kate Carew por sí misma

Kate Carew, pseudônimo de Mary William, desde la última década del siglo XIX es uno de los mayores talentos de la prensa americana. Se hizo célebre haciendo entrevistas con nombres como Mark Twain y Picasso, soberbiamente ilustradas por sí misma con retratos de los entrevistados. Carew llegó a autodenominarse como "La única mujer dibujante de cómics". Como otros profesionales, fue llamada por las editoriales de  cómics, donde creó, en 1902, una versión femenina del endiablado Buster Brown, de Outcault. También formó una serie de gags de uno o dos dibujos, muchos de ellos protagonizados por la propia Carew, en los que celebra de forma ambigua la emancipación femenina. O, por lo menos, la aceptación de esa emancipación por la sociedad masculina. Esos auto-retratos, o cómics auto-biográficos son tan actuales - y nos remiten a tantos cómics hechos por mujeres en los últimos 20 años, notoriamente la estrella Marjane Sartrapi - que llegan a ser embarazosos.

Karew parece mucho menos cómoda con su versión femenina de Buster Brown, de 1902, donde evita el uso de su estilización Deco, un progreso con relación al trazado típico victoriano de sus contemporáneos, y opta por un estilo más redondeado e incluso  descuidado. Como si el "modernismo" de sus dibujos de adultos todavía no pudiese ser aplicados en una historia infantil, o la misma no mereciese el tratamiento "moderno".

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En 1905, la ilustradora y dibujante Rose O`Neil crea una de las mayores minas de oro del entretenimiento: la mascota mimosa, cuyas historias son simplemente la publicidad de un producto, que a su vez funciona como incentivo de las historias y así sucesivamente.

O´Neill disputa con Kate Carew el título de primera mujer dibujante de cómics, pero no el de la mujer autora de cómics más exitosa de todos los. Nacida en 1874, en Pensilvania, hija de un librero de pocas poses y familia numerosa, O´Neill participa a los 13 años en un concurso de dibujos patrocinada por el Periódico Omaha Herald que la lanzó directamente para las páginas de los periódicos y revistas de la época. A pesar del auto-didactismo, la maestría vertiginosa de O´Neill la hace ocupar una posición destacada en la prensa americana antes de la cumplir la mayoría de edad.

Sin embargo, fue en 1905 cuando O´Neil lanza en la larga publicación Ladies Home Journal  sus "Kewpies", que la convirtieran en una mujer capaz de recaudar un millón y medio de dólares al año, lo equivalente a una industria de medio porte en los Estados Unidos de la época. Los Kewpies son cupidos monos e insípidos, magníficamente dibujados, que podrían protagonizar tanto ilustraciones con textos, cartoons, como historietas ilustradas de una página, las célebres sunday pages. Un año después, miles de muñecos de porcelana Kewpies eran manufacturados en Alemania e importados por los Estados Unidos, además de broches, libros infantiles, envases, dulces, materiales de cocina y todo objeto en el que se pueda imaginar poner una imagen de un ángel mono o no, ya que los Kewpies podían habitar tanto el envase de azúcar como el de levadura. O sea, era una fiebre que, si no inauguró el merchandising de cómics, honra que puede caber a Outcault, fue inigualable en sus resultados hasta entonces. Los Kewpies y Rose O´Neill influenciaran todos a los creadores de cultura de masa posteriores, desde Walt Disney a los Smurfs. En Brasil solamente Maurício de Souza conoce un éxito similar.

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No es fácil para un crítico de cómics tratar de un fenómeno como los Kewpies, así como no es fácil para un crítico de arte lanzar una mirada imparcial sobre artistas cuyas vidas se hicieron tan célebres como sus obras, como Van Gogh o Picaso. En ese caso, sin embargo, se produce una situación opuesta, ya que un producto como Kewpies es visto con malos-ojos anticipados, que pueden obnubilar la visión tanto como la redención definitiva de un Van Gogh para la Historia del Arte. Y, así como el holandés tiene mucha pintura ruin, incluso en su primer auge, O´Neill consigue efectos de secuencia y de humor verdaderos y excepcionales dentro de la máquina de dinero y emociones listas que son sus cupidos. Y no estamos aquí defendiendo nada próximo al engaño de la "exención crítica", de la "independencia de la mirada crítica", o cualquier otra publicidad liberal-burguesa. Creemos tanto en la "exención crítica" como en la "militancia crítica", que tiene, por lo menos, el mérito de asumir la cara dura del propio mercenarismo.

No se puede mirar un artefacto cultural fuera de su cultura. Sin embargo, el crítico enfrenta la paradoja de, en algún momento, alienarse de su propio estado de intelectual burgués y darse los aires universalistas de la Enciclopedia,  para poder desarrollar razonablemente su trabajo, así como el artista debe probar un poco de esa misma alienación para encontrar su trabajo. En otras y mejores palabras, O´Neill es una gran artista. Sus historias dominicales están llenas del más raro y elevado lirismo y el efecto final es desconcertante y desestabilizador, como lo es el de las grandes obras de arte.

Y para salpimentar este aburrido discurso, cabe añadir que la artista de tiernos querubines se ha divorciado tres veces, transformó su mansión en un importante punto de encuentro de intelectuales y artistas y fue una activista apasionada por la causa sufragista femenina.

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Grace Drayton,  nacida en Filadelfia en 1877, es una talentosa artista comercial que se hizo célebre entre los americanos por la publicidad ilustrada de las Sopas Campbell para niños y por su serie Dolly Dimple, una ilustración de página entera en que las partes podrían ser recortadas, así como el personaje, creando un auténtico juego de vestir, idea copiada por el mundo entero hasta los días de hoy.

También fue una dibujante proficua, creando una serie de personajes que van desde Bobby Blake y Dolly Drake, en 1900, hasta su personaje más célebre, la Pussycat Prince, de 1935, un año antes de su muerte. Llegó a publicar historias con sus personajes de vestir, las "Dolly Dimples" en una rara miscegenación de caricatura, trazo naturalista y mera publicidad.

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En general, todo el trabajo de Drayton fue fuertemente influenciado por Rose O´Neill, pero sin el asombroso virtuosismo de su contemporánea, como podemos notar en las historietas de Toodles. En ellas, el humor al mismo tiempo sencillo y cruel, típico de la época, es contado por dibujos de forma seca e inteligente por Drayton.

Pero es principalmente en las publicidades e ilustraciones que las ideas gráficas de O´Neill son más visibles, con el suave modelado de la figura, y los colores acuarelados contornados por un trazo más grueso, al estilo Art Noveau internacional.

El personaje más célebre de Drayton, data del último año de su vida, en 1935, y en él una serie de situaciones de rara crueldad, abuso y preconcepto de clases, vividos por tiernos animalitos puede haber inspirado muchas de las pesadillas de los cómics de los años 60. Los guiones son de Edward Anthony, pero son los dibujos siempre muy bien realizados de Drayton los que roban la escena, a pesar de la ostensiva firma del guionista en el primer cuadro.

Drayton era, realmente, una artista de la publicidad, con aquella capacidad de emular cualquier tipo de obra, incluso aquellas más  peculiares, como The Terrors of the Tiny Tads, de Gustave Verbeek, con algún éxito e incluso  calidad, como el cómic The Terrible Tales of Captain Kiddo, realizado con su hermana, la también dibujante Margaret G.Hays. Y, una vez más como Rose O´Neill,  Drayton se ha casado tres veces y se convirtió en una activista del sufragio femenino.

(PARTE II)