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Decía Barthes de lo privado que no es solamente un bien, “es también, y más allá, el lugar absolutamente precioso, inalienable, en que mi imagen es libre (libre de abolirse), (…) condición de una interioridad que creo que se confunde con mi verdad o, si se prefiere, con lo intratable de que estoy hecho, yo alcanzo a reconstituir por todo ello, mediante una resistencia necesaria, la división de lo público y lo privado, quiero enunciar la interioridad sin revelar la intimidad”[1].
Conocí a Intimidad Romero al poco de publicar Un cuarto propio conectado [2]. Hubo algo especular en ella, o en sus imágenes, o en ella-pixelada-imagen. Y es que ambas estábamos hablando desde un lugar común, un lugar de resistencia. Se trataba de ese espacio de confluencia público-privado que promueve la pantalla conectada, un artefacto pensado para “unos” ojos que miran y “unos” dedos que teclean. Y ese espacio al que me refiero es también el lugar donde, cada día, aprendemos a gestionar nuestro yo y sus infinitas capas de interioridad en Internet. Una gestión que acontece mientras palpitan voces (adentro) que no llegan a formularse en voz alta, sólo resuenan como un eco estomacal: ¿Hasta dónde mostrar sin sufrir? ¿Hasta dónde soy, quiero ser, imagen?, ¿Hasta dónde archivo? ¿Acaso puedo no hacerlo? … Pero todo ha ido muy rápido y las voces son silenciadas a cada rato y, entretanto, voces externas decían querer ayudarnos (I like it ;)): “Confía en nosotros, aquí tienes un lugar online y una garantía para hacer público ‘tu yo’ y tus cosas de ‘yo’ sin que nadie (anónimo) te moleste. Todos están identificados. Y, además, están ‘todos’, así que no puedes no estar”. “Confía”, decían, justo en una época de crisis en la que, precarizados, sufríamos por haber confiado demasiado en quienes afirmaban pensar en/por nosotros. Pero, ¿qué quieren que les diga?, los conectados somos gente tozuda y confiada, sí, nos gusta confiar.
Pero no a todos.
Intimidad, ahí donde la ven, con su cuerpo juvenil y su vitalidad congelada en multicolor, parece tener la visión de la experiencia y se distancia (no olviden que Intimidad es joven y vieja, no se dejen llevar por el aspecto de un cuerpo ni obvien el viraje cromático del envejecimiento de la foto). Intimidad es una voz disidente que cumple aquella sentencia que dice “hay que infiltrar al otro allí donde el otro desea una transformación”, por eso habita un mundo que cuestiona desde dentro.
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La he conocido a través de los píxeles, los que difuminan su rostro y los que conforman la pantalla en nuestra comunicación online. Intimidad Romero es un nombre y una estrategia al mismo tiempo. Para ella la palabra que la nombra es nombre e interpelación: Intimidad. Yo la conocí como nombre, pues la conocí en el texto (a diferencia de Facebook, el email, deja todo a la imaginación apoyándose en un nombre-dirección como garante de la existencia de aquél-aquélla-aquéllo que está al otro lado). La conocí sin necesidad de imagen, de una foto que garantizara que quien estaba detrás era una mujer, un hombre, una anciana, un adolescente o una máquina. Aún no sabría decirles, pero esa no es aquí la cuestión. Ella es Intimidad y se muestra hasta donde quiere.
Intimidad es nombre, estrategia pero también obra artística y, como tal, recuerda aquellas otras que a lo largo del siglo XX se han definido por su anonimato o por su máscara. Pero es la red la que la hace singular, la que la diferencia de otros pixelados antiguos. El espacio expositivo es el mundo online en el que habita y donde su práctica adquiere sentido. Un sentido paradójico, pues parece lanzar una reclamación a los conectados: “Mírenme, tengo derecho a ‘no’ ser vista. Mírenme”, manejando hábilmente la contradictoria fascinación de la mirada, cuando se reclama “ver” mientras se oculta la imagen, o se quiere ver más cuando un límite lo imposibilita.
Claro que para desaparecer se debe aparecer. En el arte contemporáneo esto significa poblar los medios de difusión y en ellos anunciar el deseo (el derecho a existir sin ser visto, sin que otros regulen sutilmente lo que debe ser visto, el derecho a “enunciar la interioridad sin desvelar la intimidad”), aunque el medio promueva lo contrario (ser visto en el anuncio). Pero no, no es exactamente una proclama de invisibilización, en la paradoja de esta enunciación de lo que se trata es de la autogestión de nuestras imágenes y vidas propias, de nuestra vida “al lado de nosotros mismos”.
En Intimidad Romero, juntas conviven la imposibilidad de identificar el retrato (desenfocado, pixelado, interrumpido), y la visibilización pública a través del recorrido biográfico de sus fotografías. La duda ¿qué escondes?, ¿quién eres?, ¿cómo se delimita ese rostro tuyo que te identifica con un nombre y una historia, ese rostro que siendo probablemente “tan” común, imaginamos tras el velo más idealizado, bello e inteligente? Porque no se esconde aquí lo monstruoso ni lo sagrado, se autoesconde aquí la interioridad preciosa, la intimidad, para cada cuál distinta, como gesto político, como gesto de autodeterminación.
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Cierto que ni la máscara ni la ocultación son nuevas en arte, las hemos visto cada día en artistas que han proclamado desapariciones de elementos propios de la obra y de ellos mismos como obra a través de sus álter egos (Duchamp, ¿o Rrose Sélavy?, Warhol, Art and Language y otros muchos que han ideado diversas estrategias para camuflarse en lo grupal, multiplicarse en autorías ficticias, ser muchos, no-ser, o ser y no-ser al mismo tiempo). En el net.art de los noventa, ésta fue una práctica recurrente, de ello podría hablar la famosa obra Mouchette en la que un personaje que decía ser una niña de 13 años y una artista, interactuaba con quien se acercaba a su web. Pero aquí, la historia cambia, Intimidad no opera como lugar ni como máscara, Intimidad es un nombre y una estrategia y opera en Internet, pero especialmente como perfil, o profile-prosopon, en las redes sociales. Y esto es importante, porque las redes suelen apoyarse en el mensaje que afirma que las personas o proyectos que forman parte de la red “existen” más allá de las pantallas. Y esa garantía de “realidad” se reafirma en la promoción de los álbumes fotográficos. Sólo existiendo más allá de la pantalla se puede establecer relación con otros que existen allí; sólo existiendo como sujeto conectado se puede tener pasado, recuerdos, cosas y amigos que compartir, lazos que sigan vinculando. Intimidad lo sabe y sabe que sólo sacando sus fotos y álbumes puede participar en el juego. Pero sus fotos están heridas, son fallos del sistema, son fotos sin rostro.
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En algo Intimidad es metáfora y metonimia de los límites de intervención y autogestión de la identidad en las redes sociales, de nuestra vida en las pantallas, allí donde dejarnos llevar (o por el contrario tomar partido) en la ideación y construcción común de nuestros imaginarios y subjetividades. Porque lo que hace Intimidad es tomar partido en esta construcción, visibilizando la ausencia, lo que está en juego, la intimidad que, en el último momento, se resiste a ser compartida; en fotos imposibilitadas, negadas de rostro, de enfoque, inválidas de emoción, salvo por contexto, como un aura sin objeto, sin protagonista.
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Intimidad no puede ser como las fotografías, una emanación del referente, sino más bien el intento de ocultación del referente desde su insinuación. Y ésta es su condena como obra, que sólo tiene sentido desde la intimidad, allí donde puede permitirse la contradicción de ser autor/a y de ser obra, allí donde el escenario de seguridad ontológica por excelencia se transforma, y lo hace en un espacio aparentemente rupturista hacia lo público. Un espacio, el de la intimidad de los conectados, cargado de nuevos interrogantes sobre las formas contemporáneas de constitución personal y colectiva, sobre las posibilidades políticas y críticas de gestión del yo en las redes e, inevitablemente, sobre la voluntad, la privacidad necesaria, sus vulnerabilidades y sus potencias, al fin y al cabo, sobre la Intimidad.
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*Texto originalmente publicado en Junio de 2012 en la página web de Remedios Zafra, donde pueden encontrarse otros textos de la autora e información sobre su trayectoria y proyectos.
[1] Barthes, R., La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Paidós, Madrid, 2010, p. 110.
[2] Zafra, R., Un cuarto propio conectado. (Ciber)espacio y (Auto)gestión del yo. Fórcola, Madrid, 2010.
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