Pasión nómada: muestra cubana en Venecia | MABEL LLEVAT SOY

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Eduardo Ponjuán, Hundido en la línea del Horizonte

Insertada en la presente edición de la Bienal de Venecia, la representación cubana se diseñó en torno al tema del viaje físico y existencial. Inspirada en el cuento titulado Aleph del escritor Jorge Luis Borges, la pieza participante en el evento realizada por el joven artista cubano Duvier del Dago, tiene como referente un artefacto con la singularidad de contener todos los puntos del Universo a la vez, descrito en el pasaje final del cuento con un estilo que mezcla misticismo y constantes alusiones a lo secreto, lo sagrado y la tradición. Las referencias al viaje y a las migraciones han devenido un tópico en el imaginario artístico cubano, que a través de diversas poéticas, recursos y expresiones, se ha envuelto de un manto existencialista con toques de veneración mística. Se combina así lo profano, las alusiones o crónicas sobre aspectos de la cotidianidad con una visión de proyecciones utópicas universalistas que se logran a través del viaje exterior, o de la limpieza y depuración espiritual profunda.

El Aleph de Duvier del Dago es nada menos que una antena parabólica de las que se diseñan para captar señales satelitales, erigida con hilos de luz negra que muestran los registros de una señal de GPS. Duvier combina con ingenio la fragilidad o precariedad de la pieza con el tema de la alta tecnología, donde el monumental objeto que representa queda reducido a una incorpórea nube de hilos luminosos u “holografía” que tiene como eje central una especie de mandala o círculo sagrado como vehículo de unión con la totalidad y el infinito. Es una pieza que se convierte en un diagrama del campo imaginario e inmaterial, una obra que aboga por el viaje y la información como mantra moderno, como sumun de la búsqueda espiritual contemporánea.

Lo interesante en estos artistas es ver como el tema del viaje convertido en obsesión, quizás por la procedencia insular, se repite con una dosis de sarcasmo y humor que pretende abandonar cualquier estado de victimización quejumbrosa para utilizar el poder jerárquico de relaciones del sistema y convertirse “en agentes de su propia vida, capaces de generar poder en el sentido “generativo” de auto-actualización” (Giddens, 1991).  Han aprendido a verse como actores de un proceso dinámico y jugar abiertamente con el funcionamiento del sistema, a la hora de internacionalizar el trabajo y buscar miradas más allá del ámbito local.

La obra del artista contemporáneo cubano Kcho, por ejemplo, sentó un precedente en el contexto local por ser el primero en lograr una sorprendente inserción en prestigiosos circuitos del arte internacional con obras de sustrato antropológico y de constante alusión al viaje. Uno de sus sonados éxitos fue una instalación de palmas graciosamente representadas con maderos y leños, cuyo extremo inferior consistía en remos; obra que se puede asociar formalmente a la del también cubano Yoan Capote en Venecia titulada Emigrante, donde ha simplificado la idea a un gigante par de árboles que transmutaron sus raíces por pies o que quizás – en una visión más intensa del desarraigo- no sean árboles sino las mismas raíces combinadas en su extremo opuesto con pies. Capote, se ha caracterizado en su obra por un minimalismo de sentido que transmite a través de palabras e imágenes y en esta ocasión, sus “árboles o raíces caminantes” nos recuerdan específicamente un proceso que Carol Becker ha llamado “rooting” y “shifting”, lo que traducido es enraizamiento y cambio y describe una actitud en la que los activistas permanecen enraizados en sus propias identidades y valores pero están listos a ejercitar un “universalismo diferenciador”.

The city stopped dancing es el título de la obra de Alexander Arrechea, artista de la muestra que presenta tres tótems compuestos por trompos como base de tres edificios emblemáticos de Cuba: el Bacardí 1930, el Someillán de los 50 y la Embajada Rusa de los 70. De nuevo se trata de una reflexión sobre la permanencia, el equilibrio y la alusión al movimiento a través del “baile” giratorio del trompo. Los edificios, estructuras permanentes, grandes monumentos representativos del poder, se convierten en curiosos elementos lúdicos que cuestionan la seriedad de la historia, la construcción del pasado y todos los fetiches que algún día veneramos. Está implícita la idea de que la ciudad “dejó de bailar” cuando salió de las cartografías, las rutas comerciales y los procesos culturales hegemónicos que una vez sentaron el terreno para erigir imponentes símbolos de esplendor.

Eduardo Ponjuán es el cuarto artista que presenta la obra titulada Sur, donde un objeto antiguo marca el norte magnético y sus desplazamientos, haciendo alusión también a su uso como elemento de orientación que discursa sobre las hegemonías geopolíticas, asumiendo la posibilidad de trastocar las diferencias que marcan el panorama contemporáneo e incluso eventos como la propia Bienal. También presenta la pieza titulada Hundido en la línea del Horizonte, donde una hilera de kilos, moneda de menor valor en Cuba, sostiene a través de una tensión aplicada un peso de metal fabricado en 1934. Ponjuán trabaja las monedas de manera escultórica como elemento de poder en el que se basan todos los intercambios comerciales, pero que contiene también la imagen del héroe como figura mística que encarna el noble símbolo y guía potencialmente capaz de enrumbar la nave-patria hacia el horizonte. Lo banal se vuelve a unir con lo épico y sagrado de la misma forma que una persona ordinaria puede convertirse en héroe a través de la exaltación del sacrifico.

Según Boris Groys la globalización relevó el futuro como lugar de la utopía, si anteriormente el artista necesitaba creer en el futuro como esperanza de su legitimación, hoy es la capacidad de difusión y comprensión en los medios culturales más diversos, las condiciones artísticas que mas apreciamos. En la obra y la práctica de estos artistas cubanos, se nos presenta el viaje en una dimensión venerable, su arte es un resultado de la devoción por el nomadismo y la admiración por la capacidad de sobrevivencia que permita imponerse “a escala mundial, y triunfar bajo las condiciones más diversas de percepción”[1] .

 


[1] Boris Groys, La ciudad en la era de su reproductibilidad turística.