Ciclos y "Destrucción Creativa": Una mirada a los procesos innovadores | RAFAEL PINILLA

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Todo cuanto los hombres deciden para su bienestar no se sigue que sea también para el bienestar de toda la naturaleza, sino más bien, por el contrario, puede ser para la destrucción de otras muchas cosas…

 

Baruch Spinoza

 

 

Como se sabe, las oscilaciones del capitalismo -y sus respectivas crisis- llamaron la atención de Marx, Trotsky o Mandel 1; pero fue el economista ruso Nikolái Kondratieff quien por vez primera abordó el fenómeno de los ciclos a través de un enfoque científico-estadístico 2. Para Kondratieff, la evolución del capitalismo no presenta un carácter simple o lineal, sino más bien complejo y cíclico; de hecho, en su despliegue se integran una serie de movimientos de distinta naturaleza y duración entre los que destacan, sobretodo, “los grandes ciclos de la vida económica”. Haciendo uso de abundante material estadístico (extraído principalmente de Inglaterra y Francia desde finales del siglo XVIII hasta principios del siglo XX), el macroesquema de Kondratieff establece una sorprendente regularidad de esos mismos ciclos. El propio Kondratieff se expresa con precisión al respecto:

Una periodicidad estricta en los fenómenos sociales y económicos no existe del todo, ni en las fluctuaciones grandes ni en las intermedias. La longitud de estas últimas varía entre los 7 y los 11 años, es decir 57%. La longitud de los grandes ciclos fluctúa entre los 48 y 60 años, esto es, sólo el 25% 3.

Al margen de dicha periodicidad -probablemente condicionada por una metodología “parcial”-, Kondratieff parte de una coyuntura específica para constatar que el desarrollo del capitalismo produce fluctuaciones largas y regulares debido a una serie de tendencias empíricas. Estas tendencias tienen que ver, por ejemplo, con que antes de la expansión de un ciclo se tienden a imponer innovaciones técnicas con su consiguiente aplicación a las relaciones de producción; ante este contexto innovador, los periodos considerados serán proclives a cambios histórico-sociales significativos. Junto a ello, Kondratieff contempla una serie de prerrequisitos que determinan el auge de un ciclo (acumulación física y monetaria, proceso continuado a una tasa mayor que la tasa de inversión corriente, concentración de capital en manos decisivas), los cuales acabarán impulsando las transformaciones y harán rentables las inversiones dando inicio a una onda expansiva general.

Gracias a esta expansión inicial, el “optimismo” y el desarrollo de las fuerzas productivas impulsarán la lucha por nuevos mercados y su posterior ampliación. Las grandes inversiones de capital y el aumento de la demanda tenderán a su máximo potencial -la denominada “curva de acumulación”-; esta especie de “clímax de onda” será superado con la declinación inversora cayendo la actividad y los precios; de esta manera se empezará a entrar en la fase depresiva de la onda imponiéndose la reducción de los costes y las innovaciones técnicas. A partir de ese momento el tipo de interés se frenará y se generarán las condiciones de una tendencia a la baja; retrocederán los factores que causaban un exceso de demanda de capital sobre su oferta, caerán los precios agrícolas, y aumentará la acumulación en manos de bancos, industrias y comercio. Si la tendencia continúa, el capital volverá a ser más barato y favorecerá el inicio de una nueva onda larga expansiva 4.

Las posibles debilidades de este esquema saltan a la vista; entre otras, el vínculo de las causas endógenas en la formación de los ciclos podría problematizarse (entre otros Trotsky y Mandel lo harán); sin embargo, también cabría la posibilidad de contraargumentar que toda causa exógena está de una manera u otra relacionada con el propio desarrollo capitalista 5. En cualquier caso, el trabajo de Kondratieff vendría a aportar un marco lo suficientemente flexible -más allá de las diferencias objetivas que se dan entre distintas economías- susceptible de integrar otros procesos de relevancia estructural; por ejemplo, la naturaleza evolutiva del capitalismo y el papel de los procesos innovadores. Joseph Alois Schumpeter se refiere a este impulso innovador en los siguientes términos:

El impulso fundamental que pone y mantiene en movimiento a la máquina capitalista procede de los nuevos bienes de consumo, de los nuevos métodos de producción y transporte, de los nuevos mercados, de las nuevas formas de organización industrial que crea la empresa capitalista 6.

A partir del énfasis en la esencia dinámica del capitalismo y su propio motor basado en los procesos innovadores, Schumpeter desarrolla sus exitosas nociones de “empresario emprendedor” y “destrucción creativa”. Dejando de lado la rebatible descripción psicológica -por vaga y excesivamente general- del empresario emprendedor-tipo (con altas dosis de vitalidad, energía y ambición), conviene resaltar la centralidad de la idea de “destrucción creativa” en el seno de la teoría schumpeteriana 7. En líneas generales, se podría decir que dado un determinado ciclo económico la recombinación de las mercancías y los medios de producción impulsarán la aparición de nuevas mercancías y nuevos medios de producción que acabarán por “romper” el ciclo que ha posibilitado su generación. Estas novedades competirían con las viejas formas adquiriendo ventaja y propiciarán la “destrucción creativa”; se trata, como dice el propio Schumpeter de un proceso:

…que revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, destruyendo ininterrumpidamente lo antiguo y creado continuamente elementos nuevos. Este proceso de destrucción creativa constituye el dato esencial del capitalismo. En ella consiste, en definitiva, el capitalismo y toda empresa capitalista tiene que amoldarse a ella para vivir 8.

Schumpeter cuestiona el análisis económico que ha quedado atrapado en la competencia de los precios para subrayar que la innovación es el proceso que resulta decisivo en el desarrollo del capitalismo; una innovación que no se integra de inmediato en el sistema, sino paulatinamente cuando se comprueba su capacidad para producir beneficios a través de la “educación de los consumidores”. Nos encontramos, en definitiva, ante un modelo económico en el que los procesos innovadores son los que posibilitan el dinamismo constante del capitalismo; mejor dicho: sin ese dinamismo no hay capitalismo posible.

Independientemente de la instrumentalización a la que han podido verse abocadas las ideas schumpeterianas, resulta inevitable reconocer lo que contienen de verdad. Con el paulatino desarrollo tecnológico -basado en esa misma innovación que describe Schumpeter-, la I+D se ha convertido en un factor crucial en el crecimiento de cualquier “economía desarrollada”. Como señala Eric J. Hobsbawm, un “país desarrollado típico” en la década de los setenta tenía alrededor de 1000 científicos e ingenieros por cada millón de habitantes (mientras que Brasil tenía 250, India 130, Pakistán 60 y Kenia y Nigeria 30); poco a poco los procesos innovadores han llegado a ser tan intensivos que el coste para el desarrollo de nuevos productos se ha convertido en una proporción cada vez mayor de los costes de producción. En el caso de las industrias farmacéuticas, por ejemplo, un nuevo producto si se protege con las patentes necesarias -como casi siempre ocurre- puede generar inmensos beneficios para de este modo “seguir investigando” 9.

De hecho, un macroesquema básico del capitalismo occidental del siglo XX se puede definir a través del impulso generado por una serie de sectores productivos de vanguardia -innovadores- integrados en sus respectivos ciclos: desde la industria eléctrica, la química y el motor de combustión interna; pasando por el petróleo, la electrónica y la aeronáutica; hasta llegar a los semiconductores, las tecnologías de la información y comunicación (TIC's) y la biomedicina. Cada uno de estos sectores estratégicos son los que han favorecido el desarrollo económico de cada ciclo largo; por tanto se podría decir que el siglo XX ha atravesado -o está en proceso de atravesar- tres de esos ciclos largos. Y junto a ello, desde finales del siglo XVIII hasta principios del siglo XXI se observa una paulatina reducción temporal de cada uno de esos ciclos largos -se han intensificado los procesos de innovación-; algo, que sin duda, estaría en consonancia con esa idea filosófica tan generalizada de “aceleración de la historia” 10.

Así pues, la esencia misma del capitalismo vendría a ser una suerte de dynamis que de una manera u otra condiciona y por lo tanto modifica su naturaleza en el transcurso del tiempo. Es importante tener en cuenta este factor, sobretodo si consideramos, como Giovanni Arrighi, que la expansión global del capitalismo ha transformado -ha autorevolucionado que diría Marx- su mismo modo de operación, lo que hace que la mayor parte de la experiencia del pasado sea irrelevante para entender el presente 11. Evidentemente, esta lógica tiene un carácter indiscutible desde un punto de vista funcional; sobretodo si se extrapola la dinámica del desarrollo capitalista a otros ámbitos, y se comprueba que eso que se ha definido como modernidad resulta indisociable de la producción de “novedad”, de “diferencia”, de “otredad” 12.

Llegados a este punto -¿quizás fundamento?- se podría especular con muchas cosas -desde la obsolescencia que determina toda existencia material, hasta el posible fundamento ontológico de esa modernidad-, tantas, que por eso mismo habría que dejarlo momentáneamente aquí. Un aquí, que dada la coyuntura descrita, será nuevo o no será.

 

1 Para Marx, el rendimiento de la inversión en forma de ganancias es el propulsor de la producción capitalista; el crecimiento acelerado al reducir la rentabilidad general del capital conduce al descenso de la inversión. El conflicto de estos factores precisamente da paso a las crisis periódicas. Para ello véase El Capital, Vol III, México, F.C.E, 1959, pp. 213-263. Trotsky también abordará el tema desde un enfoque crítico con los ciclos de Kondratieff; su esquema puntualiza que la teoría del ciclo no es válida porque en estos procesos influyen decisivamente acontecimientos sociales e históricos exógenos. Para ello véase León Trotsky, “La curva del desarrollo capitalista”, en: Los ciclos económicos largos, Madrid, Akal, 1979. Por su parte, Mandel destacará la acción de la ley del valor en el largo plazo, la importancia de la lucha de clases, y las revoluciones tecnológicas. Para ello véase Las ondas largas del desarrollo capitalista: una interpretación marxista, Madrid, Siglo XXI Editores, 1980.

2 Nikolái D. Kondratieff, “Los grandes ciclos de la vida económica”, en: Gottfried Haberler, (ed.), Ensayos sobre el ciclo económico, México, F.C.E, 1944.

3 Ibíd., p. 58.

4 Seguimos desde aquí el análisis de J. Manuel Martínez Sánchez, “Las ondas largas de Kondratieff” en: Revista Laberinto, Universidad de Málaga, febrero 2001.

5 La polémica causas endógenas-causas exógenas será abordada por el propio Kondratieff; de hecho, la mayoría de sus escritos serán una defensa acérrima de las supuestas debilidades de un esquema teórico cuestionado desde el principio.

6 Joseph A. Schumpeter (1942), ¿Puede sobrevivir el capitalismo? La destrucción creativa y el futuro de la economía global, Madrid, Capitán Swing, 2010, p. 86.

7 Seguramente fue Werner Sombart quien definió primero el concepto de “destrucción creativa”; para ello véase Werner Sombart (1916), El apogeo del capitalismo, México, F.C.E., 2001.

8 Joseph A. Schumpeter, Op. cit., p. 87.

9 Eric J. Hobsbawm, The Age of Extremes. The Short Twentieth Century. 1914-1991, Londres, Pantheon Books, 1994, p. 266.

10 “Innovation in industry. Catch the wave. The long cycles of industrial innovation are becoming shorter”, en: economist.com, en línea: http://www.economist.com/node/186628

11 Giovanni Arrighi, Adam Smith en Pekín, Madrid, Akal, 2007.

12 Niklas Luhmann, Observaciones sobre la modernidad, Barcelona, Paidós, 1997.