Hace poco en una conversación alguien insistió en la idea de que vivir de manera prolongada en un mismo contexto produce apatía. Pero en su discurso esta apatía tenía un sentido geográfico: Europa. Según este comentario el acomodamiento, la desmotivación ciudadana producida por las prácticas políticas y económicas “del sistema” marcaban la opinión pública con el por qué luchar? Después me confesaban algo que ya había escuchado: el elemento emprendedor en el caso de Barcelona venía muchas veces del exterior, y no de la mano de residentes “veteranos” de la ciudad. Habitantes –me decían- atrapados por el desinterés o abrumados por el factor crisis como un elemento contribuyente al inmovilismo. El deseo de cambio lo asociaban a una idea de sueños de primera juventud, que eran ahogados por la rutina diaria.
Yo, sin embargo, recién llegada, veía Barcelona con otros ojos. Ante mí expandía la ciudad toda su energía emprendedora, y una inventiva social que se manifestaba en la iniciativa privada pero también en la institucional. La explicación pensé que se hallaba primeramente en el hecho de que el recién llegado escapa de un contexto ligado a los valores familiares, el conflicto generacional, la cultura que le define y en ocasiones, asfixia, y sabe del inmovilismo institucional propio pero no del ajeno. Encontré la definición conceptual en Wifredo Prieto, un artista de mi tierra que se había dado a conocer por una obra titulada Apolítico donde expuso un grupo de banderas en blanco y negro ondeando como símbolo de la apatía. El mismo artista se establecía desde hace años en Barcelona para obtener éxito de audiencia poco más de un mes en el Centro Dos de Mayo de Móstoles con un su obra Amarrado a la pata de una mesa: un helicóptero se mantenía estacionario a 30 metros del suelo unido por una soga a la pata de una mesa.
Pienso que en el inmovilismo por supuesto influyen las ya viejas disputas sobre la falta de nuevos modelos de participación ciudadana, el fracaso de luchas que trataron de apartarse de las convenciones hegemónicas capitalistas marcadas por el liberalismo y sus prácticas políticas, pero bloquean la mirada hacia un presente donde despuntan nuevos modelos como el ciberactivismo y los esquemas de generación de ingresos a través de formas cooperativas de participación, intercambio de bienes e innovación en los modelos de mercado y las dinámicas de gobierno. Claro, dirán algunos, es el viejo esquema de que la crisis engendra la energía creadora, o la destrucción creadora para usar las palabras de Schumpeter. El problema mayor reside en el hecho de que en la actualidad la apatía se ha convertido en una forma de resistencia política. Se trata de una negación del individuo a participar en las escenas de organización biopolíticas ciudadanas presentes que van desde las medidas ecológicas hasta la conducta urbana. Mirando a otras realidades vemos como hoy en día, la rebelión de los jóvenes libios, egipcios, tunecinos se asocia a internet, los nuevos medios de comunicación y al papel de Occidente en la toma de conciencia y el cuestionamiento de la legitimidad de sus formas de gobierno, pero el director de cine y bloguero egipcio Basel Ramsis se refirió recientemente a como cuando el régimen de Mubarak en Egipto cerró la red comenzó a funcionar el viejo sistema de boca a boca, recordando que la revolución rusa se hizo sin internet.
Un texto de otro compatriota, Iván de la Nuez, en este sentido ha sido muy aclarador, al exponer el peso del factor generacional y recordar la importancia que ha tenido la juventud como un pilar enarbolado por la izquierda para eliminar valores del pasado en determinados contextos. Estos son los jóvenes que defienden el giro descolonial en Bolivia y Venezuela del que habla Walter Mignolo descartando los habituales contrarios de izquierda o derecha que se usan para pensar el discurso político en América Latina. De la Nuez trae en su texto una frase de Marx donde dice que “nos parecemos más a nuestra época que a nuestros padres”, aunque nunca fue la época en Latinoamérica para una revolución sexual y una liberación de género como la que protagonizaron cientos de jóvenes inconformes en los setenta y los ochenta españoles. Porque la época se hace y podemos inspirarnos en los patrones eurocéntricos pero no esperar a que funcionen siempre como modelo para realidades propias.
Me pregunto entonces si el helicóptero amarrado a la pata de la mesa es un drama sincero o un acomodo a cierta situación favorecedora que no se pretende cambiar.