“El poder es el subproducto más refinado del petróleo”, decía no hace mucho un periodista en una tertulia televisiva. Y no le faltaba razón, considerando que el petróleo no es sólo el combustible que mueve los motores de nuestras máquinas, sino también el carburante que mueve, desde la Revolución Industrial, los engranajes económicos y políticos del mundo.
No hay más que mirar hacia las grandes fortunas de petrodólares –por cierto, las mismas fortunas que en estos días parecen estar salvando al arte de su crisis económica en Art Dubai- para darse cuenta de por qué hablamos de “oro negro”: es un bien escaso y no renovable en nombre de cuyos intereses económicos se ha organizado la geopolítica y la diplomacia en el mundo global. No hay más que pensar cómo a cualquier referencia en los medios sobre los recientes conflictos en Egipto o actualmente en Libia, va seguida de un análisis del precio del barril de petróleo. La historia nos ha mostrado cómo crisis del petróleo es igual a crisis económica, política o ambas.
Más allá de sus implicaciones con el poder económico y político, el petróleo como fuente de energía, en el contexto de las alarmas sobre la crisis energética y el calentamiento global, se ha convertido en las últimas décadas en el punto de mira de numerosas críticas. Los desastres ecológicos provocados por los vertidos, la contaminación inherente al proceso de extracción y refinado y el debate sobre las energías limpias –fuertemente reimpulsado en los últimos días por la alarma nuclear de Japón- completan el mapa de la cara más oscura del “oro negro”.
Da la impresión de que petróleo y crisis (económica, política o energética, pero también ética) vayan de la mano. Y no sólo ahora que la crisis se ha convertido en un fantasma que planea sobre todo el globo en sus más diversas formas, sino que el petróleo y todas las formas de conflicto y dominación que giran entorno a él, han estado siempre ligados a la idea de una potencial crisis en la sociedad del riesgo.
Las prácticas artísticas, que siempre han encontrado en la crisis un impulso para la creatividad y que han adquirido un enorme valor como herramientas de distanciación crítica y denuncia sobre la realidad, no han pasado por alto esta cuestión y la compleja trama de relaciones que se establecen entre las lógicas del petróleo y los conflictos que caracterizan la sociedad contemporánea.
Un ejemplo de este tipo de reflexión son los trabajos del artista francés de origen argelino Kader Attia, cuya obra gira entorno al compromiso social, la crítica al consumismo desaforado, las políticas capitalistas que están acabando con el planeta, la marginación de ciertos colectivos o la inmigración[1].
Fotograma de "Oil and Sugar", Attia
Fotograma de "Oil and Sugar", Attia
Fotograma de "Oil and Sugar", Attia, 2007
En su vídeo “Oil and Sugar” (2007) el artista utiliza petróleo como materia prima, vertiéndolo sobre un cubo creado con terrones de azúcar, que acaban derritiéndose y mezclándose con el fluido. Más allá de la fuerza visual que adquiere la pieza a pesar de lo sencillo de sus elementos, el vídeo –a través de la disolución de algo que en sí es dulce en una amalgama espesa y oscura- contiene una lectura metafórica sobre los modos en que el petróleo, ese líquido que mueve el mundo, conlleva un sinfín de pautas destructivas.
Las complejas relaciones que se establecen entre lo cultural, lo político y el petróleo son tratadas en su obra “Black and White” (2008), una pieza que dialoga con algunos de sus trabajos anteriores. “Ghosts” (2007), por ejemplo, es una instalación de gran formato en la que –con papel de aluminio, un material doméstico y desechable- el artista modelaba un grupo de mujeres musulmanas en actitud orante hacia La Meca. Estas figuras, como capuchas vacías y carentes de personalidad o espíritu, adquieren un aspecto fantasmal y futurista que aúna lo abyecto y lo divino. La obra supone un claro cuestionamiento a las ideologías modernas, desde la religión al nacionalismo o el consumismo, en relación a la identidad individual, la percepción social, la devoción y la exclusión. En “Black and White” retomará este concepto de instalación, pero las fantasmales figuras construidas con papel de aluminio son sustituidas por bidones vacíos para transporte de petróleo. Siguen pareciendo un grupo de figuras orantes, sin embargo, han perdido todo referente humano, de modo que la contundencia del material se carga de tintes simbólicos e ideológicos. Así, la pieza sigue reflexionando las ideologías contemporáneas, pero desplazando ahora el énfasis hacia el consumo, del que el petróleo es un símbolo clave.
"Ghosts", Attia, 2007
"Black and White", Attia, 2008
Una propuesta mucho más radical es la del artista ruso Andrei Molodkin, cuyo polémico trabajo con petróleo y sangre humana ha llevado a comparar en múltiples ocasiones su obra con la de Damien Hirst.
Sus obras –en su mayoría instalaciones escultóricas- son abierta y explícitamente políticas. Algunas de ellas, como “G8”, “Yes We Can” o “Democracy”, consisten en esculturas de metacrilato que reproducen el texto que les da nombre y que el artista rellena de petróleo a través de un sistema de bombeo.
"G8", Modolkin, 2007
"Yes We Can", Modolkin, 2008
En “Liquid Modernity” –una clara referencia a la conocida caracterización que el filósofo Zygmunt Bauman hace de la sociedad contemporánea: una sociedad inestable, una cultura de lo efímero y del desperdicio- Molodkin construye dos esculturas de barrotes que se asemejan a celdas de prisión. De hecho, reproducen la forma y las dimensiones de los calabozos de los juzgados rusos.
En una de ellas, los barrotes huecos de metracrilato se rellenen con petróleo y sangre, mientras que en la otra, los barrotes aparecen iluminados con luz blanca; una luz que proviene de la energía obtenida destilando y refinando el petróleo de la primera jaula.
Otra de las facetas de su obra consiste en la elaboración de esculturas realizadas con petróleo o sangre humana solidificadas, para cuya elaboración utiliza moldes de cera y prensas.
"Liquid Modernity", Modolkin, 2009
"Liquid Modernity". Detalle
En todos los casos, el petróleo forma parte de las estructuras simbólicas que crea el artista, fluye en su interior, generando una reflexión crítica la profundidad de nuestra dependencia del petróleo. Así, el sentido crítico de estas obras parte de la firme creencia del artista de que todo aquello en lo que creemos son instrumentos vacíos y carentes de sentido. Por ello, rellena sus esculturas de petróleo, que es lo que mueve el mundo, y de sangre, que es lo que mueve nuestros cuerpos. Así, al convertir el petróleo, un recurso orgánico, en una forma estética, el artista pone de relieve cuestiones fundamentales acerca del papel central que ocupa el petróleo en la cultura occidental, en relación a la política, la economía y las prácticas capitalistas de consumo.
Sin embargo, lo que resulta más polémico de su obra –pero también el aspecto más crítico y ácido de la misma- es el hecho de que produce el petróleo con cadáveres humanos, mediante un sistema de prensado a altas temperaturas construido por él mismo, con el que consigue generar petróleo en períodos que rondan los seis meses. A través de este procedimiento insiste en el carácter orgánico de este recurso natural y cuestiona –en cierta medida- su carácter de recurso inagotable y su valor real. Por otro lado, Molodkin afirma que utiliza sangre humana porque no tendría sentido emplear sangre de animales, ya que los humanos son los únicos animales que matan por petróleo[2].
También el artista holandés Folkert De Jong construye grandes esculturas de petróleo para reflexionar sobre el poder asociado al mismo. Su propuesta estética es completamente diferente, puesto que De Jong construye esculturas humanas, a veces simplemente antropoides, que recuerdan a esculturas y monumentos públicos, apuntando así hacia la indagación sobre las manifestaciones físicas del poder.
"The Balance", De Jong, 2010
Una de sus piezas más conocidas es la instalación escultórica “The Balance”. Esta obra parafrasea el conjunto escultórico de Van Den Eijen en el que se representa a un oficial holandés negociando con un nativo. De Jong profundiza en el sentido más profundo de la escultura: la compra de la isla de Manhattan por parte de los holandeses a los nativos a cambio de un puñado de abalorios. Su instalación se convierte así en una alegoría de las negociaciones y tratos (desiguales) entre diferentes culturas, en la que los bidones de petróleo funcionan como motivos contemporáneos que simbolizan el valor del intercambio como representación icónica del dinero y el poder.
Al emplear el petróleo y sus derivados como materia prima para crear un conjunto escultórico de aspecto grotesco, el artista cuestiona su condición como catalizador del progreso, del desarrollo y las riquezas para indagar para centrarse en su condición de motor del capitalismo, las guerras o el deterioro ambiental. La manipulación del petróleo se convierte, en definitiva, en un gesto a partir del que reflexionar sobre las causas del poder y la condición humana que este producto origina [3].
El petróleo es también la materia prima para algunos de los trabajos artísticos del pintor cubano Noel Morera, que desarrolla sus cuadros como parte de un acto performativo: se desplaza a los muelles contaminados de La Habana, donde recoge el petróleo y lo utiliza como pintura, empleando sábanas a modo de lienzo. Su estrategia no es sólo una profunda mirada crítica hacia el aspecto del deterioro ambiental, sino también hacia la fuerte precariedad económica en la que está sumida Cuba. Mientras los grandes petroleros, símbolos del poder capitalista, pasan ante las costas cubanas, los artistas locales no tienen ni pintura ni lienzo.
Noel Morera. Pintura y Petróleo
Una reflexión también local pero más focalizada en la problemática energética es la que plantean, desde hace años, algunos artistas mexicanos. En 2008 el Centro de Arte Alameda presentaba la exposición “Sinergias”, una llamada a la reflexión sobre las políticas energéticas mexicanas y las alternativas a la crisis de recursos mundial [4]. En ella figuraban propuestas como el “Método Tequilero” de José Macotela, un dispositivo para destilar hidrocarburos a partir de los procesos tradicionales de elaboración de tequila o mezcal. Una clara crítica a las políticas de concentración económica de las grandes empresas petroleros, que adquiere sus dimensiones más contestarias al almacenar el producto destilado en botellas destinadas a convertirse en cócteles molotov, que se van sumando a la instalación a lo largo de la exposición.
Otra de las propuestas a destacar en esta exposición era la instalación “ByeBye Cantarell” de Alfredo Salomón, consistente en un bidón de petróleo del que se va derramando el combustible mientras un dispositivo audiovisual hace testigo al espectador del interminable goteo de argumentos vacíos entorno a las políticas energéticas, transmitidos y amplificados por los medios de comunicación, que se suceden mientras el petróleo se consume de manera voraz en todo el mundo.
Sinergia. "Método Tequilero" y "ByeBye Cantarell", 2008
Petróleo, crisis y poder. Distintas miradas críticas desde la estética a un conflicto que, si bien vale la pena revisar ahora que la crisis se nos ha ido de las manos, parece estar a punto de convertirse en un discurso intemporal.
Notas:
[1] Para más información ver la página dedicada al artista en la Galería Huarte.
[2] Sobre las ideas críticas de Molodkin ver la entrevista publicada en The Times, en Abril de 2009, o la entrevista entorno a su obra "Sweet Crude Etermity" en la Galería Kashya Hildebrand, donde se pueden encontrar también otras referencias y afirmaciones del artista, así como otras obras no comentadas en este texto.
[3] Ver la web del artista: http://www.folkertdejong.com/
[4] Más detalles sobre la exposición en la web del Centro de Arte Alameda.