Marina Abramović. Sostener la Mirada | MARISA GÓMEZ

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Portrait With Flowers, 2009

Portrait With Flowers, 2009

Seguramente Marina Abramović no necesita presentación. La "abuela de la performance", como ella misma se ha definido alguna vez, lleva cuatro décadas cultivando este arte del tiempo, de la mente y, sobre todo, del cuerpo y sus límites.

El MoMa de Nueva York presenta hasta finales de este mes una retrospectiva de sus trabajos, documentados en vídeo, fotografía y a través de objetos, pero también mediante la recreación de varias de sus performaces más conocidas. Sin embargo, quizás lo más atractivo de la exposición "The Artist is Present" es justamente la presencia de la artista realizando la performance más larga de su trayectoria, compartiendo con el público su silencio, su mirada y la esencia del acto de creación.

 

 

 

 

Abramović se acercó al mundo del arte a través de la pintura. Sin embargo, pronto descubrió que podía usar cualquier material como medio expresivo -agua, fuego, su cuerpo. Para ella la performance se convirtió en la única y más importante forma de arte capaz de expresar, transmitir y experimentar. Para ella es la búsqueda de respuestas mentales y físicas, una estrategia para librarse del miedo, puesto que ella misma ha declarado: "El miedo está en todas partes, miedo al dolor, el futuro, la enfermedad y finalmente la muerte".

Una mirada general a su obra como la que propone el MoMa nos permite acercarnos a lo desconcertante y brutal de sus creaciones. La mayoría de ellas basadas en el dolor y el sufrimiento, cuestionan la idea de límite. El límite entre lo físico y lo psicológico, el límite entre el acto y la mirada, el límite entre lo aceptable y lo perturbador. El límite como código que define el arte y las normas sociales. El límite de lo que el propio cuerpo puede llegar a soportar. Pero también el límite de lo que quien mira puede soportar. Es por ello que muchas de sus performaces terminan cuando alguien del público interviene.

Lo efímero, lo temporal de sus performances, a través de la provocación radical, sin embargo, deja una huella imborrable en la sensibilidad de quien mira. Ahí se produce el verdadero ser de su arte.

 

 

Performance con Ulay, 1974

Performance con Ulay, 1974

 

En el recorrido encontramos documentadas sus obras en solitario y también las que llevó a cabo con el que fuera su pareja durante doce años, el artista y performer Ulay (Frank Uwe Laysiepen).

Resulta impactante ver desplegados los objetos de Ritmo 0 (1974) -su conocida performance en la que la artista ponía a disposición del público una serie de objetos de tortura y placer que durante seis horas usarían sobre el cuerpo de la artista. Cuidadosamente colocados, entre las tijeras, punzones y cuerdas, resaltan especialmente la pistola y la bala que un espectador estuvo a punto de usar. La provocación toma cuerpo en todos y cada uno de esos objetos.

Es también provocadora la sensación de pasar entre los cuerpos desnudos de dos performers que recrean la también conocida performace de Abramović y Ulay uno frente a otro, desnudos a modo de puerta del museo. De hecho, en el montaje del MoMa es necesario atravesar esta puerta humana para acceder al grueso de la exposición. Muchos espectadores, sorprendidos -a veces escandalizados- deciden no pasar. Es una reacción posible. Forma parte de la acción. El público -con su voluntad, sus propios miedos y reacciones- es una pieza clave en sus creaciones.

En la exposición se pueden ver también los huesos amontonados de Balcan Baroque (1997), en la que la artista -ante la proyección silenciosa de imágenes de su infancia y sus padres- va recitando fríamente un informe sobre las ratas-lobo mientras sumida en su reflexivo autismo limpia los restos de carne de los huesos.

Marina Abramovic, The artist is present, 2010

Marina Abramovic, The artist is present, 2010

 

Sin embargo, como decíamos, el "plato fuerte" de la exposición es la presencia de la artista. Durante los días de la exposición -desde el pasado 14 de marzo hasta el próximo 31 de mayo- la artista está en el MoMa durante siete horas al día. La performance comienza antes del horario de apertura del museo y termina después.

 

En el primer piso del museo, en un amplio cuadrado marcado en el suelo, Marina Abramović permanece sentada en una silla. Frente a ella, otra silla vacía que diferentes espectadores van ocupando por tiempo indefinido. Se miran fijamente. Sostener la mirada de la artista impasible parece tarea fácil. Y sin embargo, no lo es.

De nuevo los límites se desdibujan. Los espectadores pasan a compartir el centro de la acción con la artista. En cuanto cruzan el recuadro del suelo, cruzan también al aura de la obra de arte. Se convierten en objetos. Están expuestos a las miradas del resto de espectadores que se agolpan entorno al espacio de la performance, pero sobre todo, están expuestos a la mirada de la artista.

La intención, según ella declara, es hacer experimentar a los espectadores el no-tiempo, el tiempo efímero y eterno de la performance. Hacerles sentir en primera persona la experiencia del tiempo indeterminado, el tiempo sin tiempo de la contemplación.

Lo que pasa por la mente de la artista a lo largo de esas horas y lo que pasa por la mente de los espectadores a lo largo de esos minutos es un misterio, pero forma parte también del proceso creativo. Quizás ambos piensen, "¿qué pensará la persona que tengo enfrente?"

Las reacciones son de lo más dispares. Hay quien llora -supongo que más por la emoción aurática de la presencia de Abramović que por la intensidad de la experiencia. Hay quien sólo mira al frente y se contagia de la tranquilidad que transmite el rostro de la performer. Hay quien se queda unos pocos segundos y quien permanece casi media hora.

Mi experiencia fue la de unos minutos -no sabría decir cuantos- convertidos en horas. Escrutaba su rostro y me sentía intimidada ante ese cuerpo inmóvil lleno de historias. Al mismo tiempo, me sentía observada desde fuera. Un extraño cruce de múltiples miradas que se perdía en el fondo de los ojos de Marina Abramović. Una experiencia común a tantos y tantos espectadores que han compartido con ella, en algún momento, un lugar y un tiempo o un no-tiempo infinito.

La performance, en este caso, no gira entorno al cuerpo de Marina Abramović, ni siquiera entorno a su mirada, sino a la de los cientos de espectadores anónimos que día tras día ocupan esa silla vacía. Espectadores que deciden y asumen ser parte de esa acto creativo. Sostener una mirada.

 

Para más detalles sobre la exposición y para seguir la performance en directo durante los horarios de apertura del museo consultar:

http://www.moma.org/interactives/exhibitions/2010/marinaabramovic/