Parece que todo detenga el aliento. George Adéagbo y la poética de la contigüidad | GIULIA GRECHI

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II Parte: Interartive # 20

 

"Podéis verlo cuando tengáis el sol en frente, cuando cerréis los ojos y sigáis la danza de las luces coloreadas. Seguidlas, seguid su calor y así llagaréis, como yo he llegado, a Mi Museo de la Cocaína". Así Michael Taussig, que ha cruzado Colombia como medico, guerrillero y antropólogo, instruye a los lectores a orientarse entre las páginas de su libro museo - My Cocaine Museum -, doble especular y perturbador de otro museo, lo que define la nación colombiana en su centro territorial, político y económico: El museo del Oro. Situado en el centro de Bogotá, el Museo del Oro tiene treinta y ocho mil quinientas barras de oro trabajado - custodiados con la misma determinación con la que se cuenta el encanto de un tiempo mítico en el que auténticos indígenas vivían felices entre la naturaleza, el oro y las hojas de coca. El Museo del Oro casi logra detener el ruidoso fantasma de lo que ha sido reprimido y que, sin embargo, vuelve para vagar en sus habitaciones. Los fantasmas que lo pueblan son los esclavos traídos de África y la remoción sobre lo que ha sido edificado es el trabajo de las minas, que durante más de tres siglos han garantizado a los colonos españoles el oro, así como a Europa el comienzo de la acumulación capitalista. Ciertas represiones son monstruosas, peligrosas, nos avisa Taussig, porque se sirven "del botín agridulce del genocidio y del saqueo", e ignoran las historias de los cuerpos y de las cosas, su relación táctil y violenta con la política económica y con la Historia colonial (y la de Europa). Es precisamente este el lugar a partir del cual Taussig empieza a construir su museo de la cocaína, porque si en el pasado fue el oro lo que construyó la política económica y la historia nacional sobre una amnesia y una invención, hoy lo es la cocaína, con su "brillo que hiede a transgresión". A partir de la construcción del Museo del Oro, Taussig critica el acto de fundación normativo e identitario que, por medio de la puesta en escena, enmascara otro, de dominación y apropiación. Lo que pasa en el Museo del Oro es una fictio, una construcción de la identidad y una clasificación mitificada como representación adecuada.

Los procesos históricos que han dado la posibilidad de esa revelación (la diáspora africana y la explotación de las minas) se vuelven transparentes y las relaciones de poder se ocultan para construir una representación, una organización de lo mostrado. Esta tiende a producir un efecto de realidad para que la validez científica de una específica versión de la historia resulte evidente  y decodificable de forma inmediata e inocente.  Por lo tanto Taussig mira al Museo del Oro con los ojos de la Gorgona: petrifica, inmoviliza, cristaliza los objetos en una silenciosa e incorpórea objetividad, instituyendo el Canon (del arte, del saber científico o etnográfico) que no sabe resistirse a la tentación de quebrar, de transgredir y de inducir por medio de las micro historias de los objetos; en un proceso de emersión de lo visto y de lo silenciado.

Taussig quiere realizar, por medio de su Museo de la Cocaína, la ambición de liberar los objetos del peso de su objetividad, y de "combinar una historia de las cosas con la historia de un pueblo obligado por la esclavitud a encontrar su camino"[1].

 

 

 

 

Cosas que están muriéndose.

 

"Las historias más bellas nos las cuentan las cosas, cosas que están muriéndose"

Michael Taussig, Cocaina. Per un'antropologia della polvere bianca.

No es posible sólo mirar las instalaciones de George Adéagbo. Más bien hay que interrogarlas, y luego interrogarse reflexivamente sobre el sentido que tienen las habitaciones llenas de objetos, libros, revistas, páginas de periódicos, textos manuscritos y obras pictóricas para el usuario.

Más que obras finitas o instalaciones, es claro que las habitaciones de Adéagbo intentan construir un mecanismo, un espacio y una trayectoria en sus interiores que nos lleven a razonar sobre la procesualidad de la misma instalación. Estas se presentan, por lo tanto, como constelaciones metodológicas interculturales e intertextuales. Todas las instalaciones de Adéagbo son site specific: Cuando viene invitado a un lugar, el artista pasa un tiempo suficientemente largo para estudiar de modo profundo el contexto, los documentos, la historia y las tradiciones. Adéagbo, en primer lugar intenta trazar la identidad del lugar, construyendo un verdadero archivo textual y visual. La exploración del espacio y la relación con las personas, transforman la extrañeza en un lugar familiar que pueda ser atravesado por un flaneur en busca de objetos trouvés como en los mercadillos o en las pequeñas librerías. Una manera de proceder extremadamente cercana a la de un etnógrafo - un etnógrafo surrealista. Entre los repertorios visuales e iconográficos seleccionados, el artista elije algunos que lleva, junto con otras cosas, a Benin, confiándolos a pintores, escultores o artesanos que los reinterpretaran, dando vida no tanto a copias como a  "dobles" de la obra original. La instalación final se constituirá, por lo tanto, recomponiendo todo este material: textos originales - escritos a partir de los apuntes tomados de los materiales recogidos -, pinturas de obras pertenecientes a la tradición pictórica del lugar en la que se va a instalar la obra y reproducidos en Benin, objetos encontrados, esculturas, libros y revistas.

Entrando en un espacio montado por Adéagbo, el observador queda atrapado en un especie de vértigo. Un sentimiento indecible de la mirada, oscilante entre la visión del conjunto y lo particular, la singularidad de las piezas y la aparente claridad general de la instalación y, sin embargo, al mismo tiempo, el observador nota también su perfil quebrado. Los objetos que componen la instalación parecen haber sido colocados siguiendo un esquema familiar, compartido. Sin embargo, en el deslizamiento de la mirada que va de lo general a lo particular, en la alternancia entre una posición de distancia inmóvil y una de acercamiento, el observador empieza a percibir aquella sensación de vacío que es el vértigo. Quién vive el vértigo sabe atravesar el espacio hueco entre medio, y es aquí que es posible percibir el minucioso desorden de las instalaciones de Adéagbo.

 

 

 

"Un diccionario comienza cuando termina de dar el significado de las palabras y consecuentemente proporciona su función. Por lo tanto, lo informe no es sólo un adjetivo que tiene un cierto significado, sino también un termino necesario para que las cosas bajen a un mundo que en general quiere que estas cosas tengan una forma propia. (...) Por contra, afirmar que el universo no se parece a nada y es simplemente informe sería como afirmar que el universo es algo similar a una araña, o a un esputo".

Bataille, Documents, 1929.

En el Museo del Oro, la pieza de mayor valor es un poporo de oro, con cuatro esferas puestas alrededor de su abertura: el poporo es un recipiente redondo que se parece a una pequeña ampolla. Antes de que llegaran los europeos, los indígenas colombianos lo utilizaban para poder consumir las hojas de coca. En su interior se ponía un polvo de conchas cocidas que, gracias a una barrita, se tomaba en pequeñas dosis y se masticaba junto a la hojas de coca - lo que facilitaba la asimilación de la sustancia en la sangre y en el intestino. Se trataba (y todavía se trata en algunos grupos de Sierra Nevada) de un ritual colectivo de gran importancia: después de haber tomado la sustancia se volvía a poner la barrita dentro del poporo con un movimiento rotatorio repetido varias veces. Este gesto producía un sonido ligero, casi imperceptible, que correspondía al movimiento y al ritmo del pensamiento, convirtiendo el poporo en una prótesis de extensión cuerpo-mente de quiénes los usaban. Además, en la boca del poporo se depositaba un residuo de saliva y de coca que, secándose con el tiempo, creaba una costra de forma cilíndrica dada por el movimiento circular y repetido de la barrita. El movimiento y el sonido agudo que se producía inscribían los pensamientos en esta costra, transformándola en un documento que a cada rotación yuxtaponía nuevos pensamientos a los anteriores. De esa forma, los pensamientos se incrustaban en el umbral de este objeto, incorporando literalmente largas conversaciones en esta sustancia de la transgresión, hecha de saliva y coca. En el Museo del Oro no hay ninguna huella de esta pasta hecha de pensamiento y de cuerpo, y que convierte el poporo en un objeto casi vivo. El poporo de oro expuesto en una vitrina iluminada de la sala y encima de un fieltro negro está limpio y reluciente, desnudo y privado de su piel incrustada y de cada huella que testifica su uso por parte del hombre. Este poporo no cuenta su uso cotidiano; al contrario,  a través de él se ensaya otra historia, la Historia Institucional, Oficial, Nacional. El la leyenda se puede leer: "este poporo proveniente de Quimbaya, primera pieza de la colección del Museo del Oro, identifica a los colombianos con su nacionalidad y su historia". No hay nada de que sorprenderse en esta historia de la represión de lo informe: Taussig se pregunta que lugar habría podido tener, en la atmosfera condensada y ordenada de un museo, "un esputo desecado".

 

 

 

"Desenredar los fetiches no está todavía dentro del reino de las posibilidades humanas".

Michael Taussig, Cocaina. Per un'antropologia della polvere bianca.

Por medio del pensamiento de Taussig es más ágil penetrar el sentimiento empático que se experimenta  frente a las instalaciones de Adéagbo: una sensación de agradable desorientación y de desorden perceptivo que, en la turbación que genera, provoca un proceso de identificación en el observador. En exponer y yuxtaponer sus objetos trouvés, Adéagbo nos cuenta una historia sobre otra Historia, generando un cuento en forma de alegoría: es por medio de estos objetos, residuos de una práctica "baja" de otro tiempo, olvidados y mitificados o todavía demasiado ruidosos, que Adéagbo consigue salvar el pasado de cualquier intento de represión y, por medio de la yuxtaposición, consigue poner el pasado en relación con el presente, explicando metalingüísticamente la manera en la que la cultura se construye a sí misma inventando su propia memoria.  En su instalación para la 53ª Bienal de Arte de Venecia, La Création et les Créations...!, para Adéagbo, la historia colonial italiana parece, un reprimido todavía demasiado espeso para que desaparezca del todo: viejos libros fotográficos de los grandes imperios coloniales, una cinta con la grabación de La Battaglia di Algeri al lado de otra con Il Moralista, interpretada por Alberto Sordi y el romance Angelica Schiava d'Oriente de los años sesenta del matrimonio Golon al lado de un par de zapatos de hombre gastados. El observador se sorprende por el carácter residual de los objetos expuestos, por la inesperada familiaridad y por la aparente arbitrariedad de sus combinaciones, y por  consiguiente intenta encontrar un sentido posible, trazar trayectorias de significado respecto al hecho de que la historia y la cultura de nuestro país ha sido marcada por la relación colonial con el Otro, y por el modo en que esta relación ha sido, o no, narrada, recordada y transmitida. Se podría hablar de las instalaciones de Adéagbo como de benjaminianas constelaciones en las que el pasado coincide con el presente no tanto por el sentido de continuidad sino, más bien, de contigüidad, es decir por medio de la yuxtaposición de pequeñas imágenes, objetos o documentos coleccionados por el artista en una especie de "delirio documentalista"[2]. Presentados bajo la falsa identidad de "repertorios de museo", parecen citar una actitud objetivante, aquel fetichismo pegajoso respecto al objeto del museo del cual habla Taussig a propósito del Museo del Oro. Sin embargo, en las habitaciones de Adéagbo, los objetos que se combinan entre ellos, cuando se yuxtaponen y se muestran, abren un espacio de contestación o de contradicción de la visión. Este espacio antes había sido bloqueado bajo el peso de sus represiones, porque guardaba toda la energía vital de las cosas marcadas no sólo por las traducciones espaciales o temporales, sino también por los cuerpos y por las culturas de quienes los han poseído y vivido. Si Marx identificaba el fetichismo como algo que literalmente se pega a los objetos y a las mercancías trasformando las "cosas sensibles en supraensibles", Adéagbo penetra y libera esta vitalidad, por medio de la cual provoca un proceso de reemersión del lo eliminado.

 

Este articulo ha sido publicato en versión italiana en la revista Art'O, n. 29

Sitio web:

http://www.jointadventures.org/adeagbo/adhome.htm

 

 

 


[1] Michael Taussig, Cocaina. Per un'antropologia della polvere bianca, Bruno Mondadori, Milano, 2005, pag. 12.

 

[2] Homi Bhabha, La Question Adéagbo, en Chiara Bertola e Stephan Köeler (a cura de), Georges Adéagbo, Grand Tour di un Africano, Frittelli Arte Contemporanea, Firenze 2008, p. 33.