Segunda naturaleza: una visita al Instituto Inhotim | LUCILA VILELA

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Galeria Adriana Varejão | Olafur Eliasson: Viewing Machine, 2001 | Galeria True Rouge

Belo Horizonte, Brasil: cojo la autopista en dirección al museo de arte contemporáneo que está a 60 kilómetros de distancia, próximo a la ciudad de Brumadinho. En el camino, el paisaje ya anucia: estamos cerca de la naturaleza. Una reserva natural de 600 hectáreas de Mata Atlántica, un parque tropical con 45 hectáreas de colecciones botánicas y un considerable acervo paisajístico, abrigan una de las mayores colecciones de arte contemporáneo de Brasil. El complejo museológico Instituto Inhotim, abierto al público desde 2005, es una entidad privada, producto de una iniciativa del empresario del sector de la explotación minera y siderúrgica, Bernardo Paz. El lugar resultó perfecto para abrigar su colección de arte contemporáneo que viene creciendo desde el inicio de 2000.

Recientemente nueve obras en gran escala fueran adquiridas por el museo, muchas de ellas site specific, considerando el espacio, la situación y el concepto del ambiente en que están inseridas. Son las obras de los artistas Chris Burden, Doug Aitken, Edgard de Souza, Janet Cardiff & George Bures Miller, Jorge Macchi, Matthew Barney, Rivane Neuenschwander, Valeska Soares e Yayoi Kusama. El acervo ya contaba con artistas como Cildo Meireles, Hélio Oiticica, Olafur Eliasson, Dan Graham y otros nombres importantes en el ámbito del arte contemporáneo. Una colección expresiva que ha sido formada desde a década de 80 y tiene obras creadas a partir de los años 60, entre pinturas, esculturas, dibujos, fotografías, vídeos e instalaciones. La denominación arte contemporáneo, por lo tanto, en este contexto, se refiere a la producción artística pos-60, lo que nos hace percibir un perfil conceptual que el espacio viene adquiriendo hasta ahora.

Muchas obras de la colección han sido concebidas y realizadas para el espacio. Algunas están situadas al aire libre, como es el caso de “Beam Drop” (2008), de Chris Burden, en que el artista crea una gran estructura en el alto de una montaña donde 71 vigas son tiradas por un guindaste de 45 metros de altura dentro de una zanja con cimiento fresco. El proceso de 12 horas tensiona la relación entre tiempo, espacio y velocidad en que gesto y casualidad determinan el resultado final de la escultura. El conocimiento del proceso, en este caso, se vuelve importante para entender el concepto de la obra. La manera arriesgada y violenta que es utilizada para la ejecución de la idea del artista puede ser vista en el vídeo dirigido por Pablo Lobato que documenta el proceso de construcción de “Beam Drop”.


Otras obras fueran cubiertas por un pabellón construido especialmente para envolver el trabajo, como por ejemplo “De Lama Lâmina”, de Mathew Barney, y “Sonic Pavilion”, de Doug Aitken. En “De Lama Lâmina” (2009), Mathew Barney, con un tractor que se instala en el final del precurso, abre un camino dentro de una floresta de eucaliptos. El visitante necesariamente pasa por ese camino hasta llegar al trabajo, y se depara con un pabellón espejado que dentro exhibe el tractor que fue utilizado trayendo en sus garras un árbol de resina, como si fuese cogida del suelo con las raíces expuestas. La obra es un desplazamiento del proyecto que tuvo origen en el carnaval de Salvador, en 2004, en colaboración con el músico Arto Lindsay. El vídeo, que documenta la performance en plenas calles de Bahia, se encuentra también expuesto en el Instituto Inhotim. Mathew Barney irónicamente participa del embate que él mismo indica. En sentido ambiguo el artista destruye parte de la floresta apuntando el conflicto entre tecnología y naturaleza. El pabellón espejado funciona así como reflejo, de nosotros mismos, delante arte y naturaleza, rebatidos en la propia condición humana.

Doug Aitkin, por su vez, presenta una obra en el alto de la montaña. En el pabellón, un camino en espiral conduce el visitante a una sala redonda que emite un sonido continuo. El primero momento es de extrañeza: un pequeño vidrio situado en el suelo del espacio llama la atención para algo invisible. En fin, se percibe que el sonido que emana de este pequeño hueco en “Sonic Pavilion” (2009) viene del fundo de la tierra. Pequeño en diámetro, pero grande en profundidad, la dimensión del hueco ultrapasa centenas de metros cavados en el centro del pabellón. En él fueran instalados micrófonos geológicos que posibilitan la captación de sonido. La fusión entre obra de arte y arquitectura se consolida en el pabellón que asume la forma redonda. La mirada se dirige al paisaje del entorno, vista del alto a través de vidrios. Oye el espacio vibrante, transmitido en intensidad y fuerza, en sonido de tierra viva.


Doug Aitkin: Sonic Pavilion, 2009 | Mathew Barney: De Lama Lâmina, 2009

De esta manera, notase en muchos trabajos un diálogo que se construye en relación al medio ambiente. Eso se pasa debido al carácter del lugar. El artista con una observación atenta establece una especie de conversa con el espacio. Para eso existe en el Instituto Inhotim un proyecto de residencia de artistas que permite el desarrollo de tales obras, resolviendo complexos problemas de concepto y ejecución. Por otro lado, otros pabellones abrigan obras ya existentes adquiridas para componer un archivo de importancia histórica. Obras como la conocida “Cosmococa 5 Hendrix War” (1973) de Hélio Oiticica y Neville D’Almeida hacen parte de ese acervo. También “Desvio para o Vermelho” (1967-84) de Cildo Meireles, “Once upon a time” (2002), de Steve McQueen, “Lézart” (1989) de Tunga, “Nave Deusa” (1998) de Ernesto Neto, apenas para citar algunas.

Por tanto, además de la importancia del acervo, lo que más impresiona en una visita al Instituto Inhotim es justamente el concepto que une medio ambiente y arte contemporáneo, colocando el arte en diálogo y evidencia con una de las mayores riquezas del país: la exuberante naturaleza. En este sentido, existe casi un retorno a la cuestión histórica que aproxima arte y naturaleza. Ya no en un sentido de representación, impresión o transposición, pero en un sentido de diálogo directo. Mismo que la obra no sea pensada o concebida especialmente para el lugar, el visitante al caminar por el espacio acaba integrando arte y naturaleza dentro de la propia experiencia estética. Es casi posible pensar también en un retorno a la discusión del concepto de paisagismo inserido en ámbito artístico, cuestionado en el inicio del siglo XIX.


Ernesto Neto: Nave Deusa, 1998 | Hélio Oiticica y Neville D’Almeida: Cosmococa 5 Hendrix War, 1973 | Cildo Meireles: Desvio para o Vermelho, 1967-84

Ciertamente, una de las figuras que impulsó el desarrollo del parque tropical del Instituto Inhotim fue el artista y paisagista brasileño Roberto Burle Marx. A pesar de no poseer ningún jardín firmado en el instituto, en los años 80 Burle Marx ejerció influencia como amigo personal de Bernardo Paz. Algunas obras del artista también hacen parte de la colección, sendo la más antigua adquisición y el único artista fallecido del acervo. Hoy existe también el Centro Educativo Burle Marx que busca desarrollar el lado educativo ofreciendo programas de formación en las áreas de actuación del espacio. Recientemente una nueva versión de la obra escultura-llave (1966) de Yayoi Kusama fue instalada en un espejo de agua delante del edificio: 500 esferas de acero brillantes flotan haciendo alusión al mito de Narciso. Además de la comisaría de arte constituida por el americano Allan Schwartzman, el alemán Jochen Volz y el brasileño Rodrigo Moura, existe una comisaría de botánica, a cargo de Eduardo Gonçalves. Los dos focos son de gran importancia del centro, lo que facilita iniciativas en la área de educación y pesquisa del acervo artístico y botánico.

Es posible decir aún que el tipo de visitación en el Instituto Inhotim es similar, en cierto punto, al conocido espacio de los Giardini de la Bienal de Venecia, donde el público tiene acceso a pequeños pabellones distribuidos en un espacio arborizado. Entretanto existe también la gran diferencia de ser una colección permanente, no utilizar la división por países, las distancias son más largas y está situada en la Mata Atlántica. Andar, caminar, pasear por las exposiciones intercaladas con la naturaleza proporciona una especie de respiro en la mirada, constituyendo una solución bastante lúcida para huir del cansancio de las grandes exposiciones.

 

website: http://www.inhotim.org.br/