3 travesías | LUCILA VILELA

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Hoy en día, para visitar las grandes exposiciones de arte hay que tomar aliento. Exposiciones como la Bienal de Venecia reciben innumerables visitantes y cada año amplía el número de países y artistas participantes. Sin embargo, para visitar el espacio del Giardini (50,000 m2) y el Arsenale (38,000 m2) – los principales de la exposición – se vende un billete que permite una visita al día a cada uno de ellos. De esta manera, con el poco tiempo que te ofrece una entrada en la bienal, es casi necesario hacer un cálculo matemático para saber cuantos metros cuadrados pueden ser visitados por hora. Así la visita se convierte, además, en una experiencia física donde el visitante es conducido hacia una percepción del propio cuerpo. Y si una obra exige más tiempo de contemplación que otra entonces se debe recalcular la relación tiempo/espacio para no perderte nada de lo que hay que ver. Así, grandes exposiciones exigen grandes preparaciones – conceptuales, físicas y financieras – pues hay una meta a cumplir.

La exposición lanza al mercado a los nuevos artistas que ocuparán las galerías el próximo año, promueve el turismo y proporciona grandes beneficios. El visitante, a su vez, tiene acceso a un arte contemporáneo selecto y conoce las nuevas tendencias del arte que se concentra en los espacios de una ciudad particularmente atractiva. Teniendo en cuenta esa especie de maratón que uno hace cuando esta sometido a las condiciones de un billete de la bienal la visita se vuelve una experiencia que relaciona el propio cuerpo con la obra expuesta. La mirada es cuerpo y el entendimiento cansancio.

http://www.youtube.com/watch?v=_zdYD4ZTc_Q

Es posible notar, no obstante, que algunos artistas consiguen alcanzar resultados refinados cuando piensan en el espacio y tienen en cuenta la situación en que están ubicados. Es el caso, por ejemplo, del artista Roman Ondák que este año representa al pabellón checo y eslovaco. En su instalación Loop, el artista eslovaco construyó un paisaje como si fuera una continuación del jardín de la bienal, creando una curiosa relación entre interior y exterior, realidad y arte. Roman Ondák elimina las fronteras y permite al espectador la percepción de su camino y un respiro en la mirada. El espacio expositivo es en este caso un lugar de paso, un lugar de travesía. El camino, construido con árboles y arbustos, constituye una réplica del jardín exterior permitiendo un recorrido sin interrupciones. Visitar el pabellón es atravesarlo, transitar por el mismo paisaje en que estábamos. La experiencia real se transporta hacia el contexto del arte, hacia el lugar destinado a la muestra del arte. Su título Loop nos lleva a pensar justamente en esta cuestión de hacer un bucle, repetirse, volviendo siempre al mismo lugar. Ante la diversidad y la gran cantidad de información que habita la bienal, la obra del artista alcanza una solución muy pertinente. El visitante se encuentra aquí en un extraño lugar, junto al descanso de los árboles.

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Así también en el espacio del Arsenale, casi al final de las exposiciones, William Forsythe juega con la idea de travesía, pero en este caso, la travesía requiere una interacción más activa por parte del espectador. Forsythe es coreógrafo y bailarín y para la Bienal de Venecia presenta uno de sus objetos coreográficos: The Fact of Matter. 200 anillas de gimnasia deportiva colgadas del techo invitan al espectador a cruzar el espacio. En la entrada, un aviso: “It´s possible to use the rings to cross the space, the risk is all yours. Only two people are allowed at a time. Thank you”. Es decir, el artista sugiere el uso de los objetos expuestos para recorrer el camino. En esta situación, la obra propone al cuerpo una acción, además de la marcha. Con el cuerpo colgado de las anillas el visitante sigue su trayecto y desvía su camino hacía otro tipo de comprensión. Una propuesta de paso, tránsito, curso. La experiencia física acentuada por este recorrer supone un riesgo. De hecho las anillas forman parte de un deporte donde riesgo es la palabra clave. Después del paso del visitante la obra continúa en movimiento, reverbera en respuesta, como objeto coreográfico.

http://www.youtube.com/watch?v=yX1QkAVYaGA&feature=related

Un poco más lejos, en el pabellón mexicano, Teresa Margolles presenta la obra: ¿De qué otra cosa podríamos hablar? donde también el trayecto del visitante es contaminado por el trabajo. Una parte de la propuesta se presenta al caminar, pero este caminar se hace sobre un suelo “limpiado” con una mezcla de agua y sangre de personas asesinadas en México. La acción de limpieza se realiza una vez al día por familiares de las víctimas. Y, en los momentos en que esto no sucede, la sala se encuentra vacía, con tan sólo un cubo de fregona en un rincón. El visitante, de este modo, recorre el pabellón sin saber que está pisando. Así, la obra sólo se hace visible cuando descubrimos la información que se encuentra en la pared. En este momento una sensación física aflige al espectador que camina por la sala, que atraviesa en silencio el espacio, el tiempo y la memoria. El tránsito por esta sala es un pasaje político que toca directamente el cuerpo del visitante, el suelo se acerca.

Salir del pabellón es estar otra vez en Venecia, laberinto del agua. Caminar por la ciudad es vivirla. La bienal está ubicada en una ciudad de muchos caminos, donde cada paso marca una historia. Una ciudad que, por la ausencia de ruidos urbanos, parece estar suspendida en el tiempo. El andar desorientado habita las calles. La Bienal de Venecia hace historia desde 1895 y es considerada uno de los más importantes eventos de arte contemporánea internacional. Sin embargo, el evento parece no considerar lo peculiar del tiempo en Venecia y nos impone una cierta prisa. Andar, caminar, circular por la ciudad, dentro y fuera de la bienal, es una actividad constante y las obras que dialogan con esa situación tienen un alcance particular, sea con ironía, audacia o riesgo. El andarín sigue de paso, fare mondi.