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THE END: Ragnar Kjartansson
Pabellón de Islandia
53. Esposizione Internazionale d'Arte
Venecia
El hombre estaba pintando. Aunque parecía concentrado sobre la tela, no dejaba de revisar el líquido que aún restaba en una botella apoyada en el suelo, junto al atril. Cada cierto número de pinceladas, se volvía a agachar para recogerla y echar otro trago. A continuación se secaba los labios con el dorso de la mano y volvía a empuñar el pincel. Frente a él, un modelo casi desnudo, amodorrado, jactancioso hasta cierto punto y la luz incidiendo sobre la escena a través de sendos portales abiertos hacia las aguas del Gran Canal. Era un acto de cierta pasión lenta y contenida, como una conversación en voz baja sostenida durante una noche tranquila, una noche de buena música y humo tal vez. En este caso también sonaba la música en la sala de pintura, algo de blues. Una amplia colección de vinilos desparramados sobre un sofá servía para mantener la inspiración a buen ritmo, mientras el día avanzaba y afuera las aguas de Venezia eran removidas por el paso de góndolas y vaporetti. Comencemos pues con esta imagen: un hombre que pinta, que bebe, que oye música. Más que nada, un artista trabajando. Su nombre: Ragnar Kjartansson.
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La vida es triste y hermosa, y mi arte se basa fundamentalmente en eso. Amo la vida, amo la desesperación que hay en ella.
Ragnar Kjartansson, Frieze Magazine (Octobre 2006)
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La escenificación de la actividad de un pintor: esa puede ser la descripción más somera de la performance presentada por Kjartansson, artista islandés representando a su país en la 53ª Bienal de Venezia.
Usando como taller durante seis meses este salón del Palazzo Michiel dal Brusà en el barrio veneciano de Cannaregio, se pone en marcha una experiencia que involucra al artista, a su modelo y, excepcionalmente, al público que tiene acceso abierto para observar esta ‘escenificación' del trabajo de un creador. En lugar de ofrecer un producto cerrado y acabado en cuyo proceso no ha participado más que el propio autor y sus materiales, el islandés deja la puerta abierta. A partir de la noción de «momento extendido» (i.e., la prolongación en el tiempo de un mismo acto) Kjartansson se demora en la ejecución de decenas de telas pintadas una tras otra con el mismo modelo enfrente -en bañador generalmente, a veces con una guitarra- mientras visitantes de todo el mundo observan y fotografían la escena. En una sala anexa cuatro proyecciones en serie muestran la faceta musical del artista islandés sobre un paisaje nevado de Canadá.
La primera impresión es que el espectador ha entrado de improviso en el proceso creativo de un hombre enfrentado a la tela y a sus demonios. Botellas vacías, pinturas, cigarrillos, discos, pinceles y recipientes de toda especie se reparten por el suelo. Es el contexto propio y propicio para la actividad pictórica, un lugar que huele a búsqueda e ‘inspiración' según la vieja concepción romántica del hecho artístico. Si a ello añadimos el ambiente que proporciona el conjunto arquitectónico, las ventanas hacia el Gran Canal, podemos decir que aquí se respira también la calidez de un acto antiguo, aquel arquetípico momento creativo en que la pasión de un pintor se plasma en sus telas.
En las paredes y apiladas en las esquinas, las telas se reparten sin orden con el mismo motivo y el mismo modelo (el artista y compañero de armas Páll Haukur Björsson) que Kjartansson ha ido pintando durante los últimos meses. Aparecen así las ideas de repetición, de loop y de obsesión entremezcladas en un juego desafiante para el observador. La repetición, se recuerda como gesto característico de la pintura impresionista que perseguía la luz a distintas horas del día reflejada sobre la fachada de una catedral o de una estación de trenes. En este caso, sin embargo, la repetición persigue un objetivo muy diferente. Se trata de desarrollar una repetición performativa: pintar una y otra vez para actuar como un pintor.
Porque ¿cuál es el énfasis de Kjartansson al pintar? En realidad, sus pinturas no forman el elemento central de la performance más que como una herramienta gestual. Sobre todo, Kjartansson se interesa por la representación del modus operandi de un pintor. De modo que, en lugar de proponer una búsqueda al interior del lenguaje plástico, The End es la puesta en escena de una forma de practicar el arte: una representación de aquel espíritu atormentado, beodo e insatisfecho que busca un encuentro cara a cara con la belleza. Un artista pre-Hirst, por decirlo de otra forma.
Eso explicaría parcialmente el nombre de esta exposición. Al recurrir a la imitación de la mecánica del artista, The End sugiere el análisis de un ejercicio de gestos previsibles, una práctica melancólica de una técnica de otra época, la pintura al óleo de inspiración figurativa. Kjartansson sugiere el final de la pintura al convertirla en una performance.
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Me imagino el Pabellón en Venecia como un faro en el fin del mundo, observando al borde de la nada.
Ragnar Kjartansson
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Pero por otra parte, al caracterizar el trabajo pictórico en una performance, The End no sólo genera una discusión sobre la actualidad de una forma de producción artística como es la pintura según los cánones clásicos, sino que también examina las características de la propia performance como modo significativo de expresión.
Por lo general el concepto de performance implica la ejecución de un acto con cierto componente teatral, cuya intención apunta a despertar asombro o a provocar. Como técnica heredada de los happenings, suele estar asociada a la oportunidad de improvisar. Por lo demás, se trata de un acto que busca eludir el trabajo artístico orientado a la producción de un objeto material concreto sujeto a un modo de lectura interpretativa. Precisamente, como evento único, la performance se entiende como un acto de afirmación de la libertad creativa que apela a un momento irrepetible.
Pero ¿qué pasa cuando una performance dura seis meses? ¿O seis años? Es precisamente la duda que introduce la noción de momento extendido. Al alterar la escala temporal los límites de una performance se desbordan y cuesta distinguir entre actuación y existencia, entre personaje y persona. Ahí es donde Kjartansson parece sentirse cómodo. El mismo se reconoce como un artista que, si bien trabaja con elementos musicales y visuales, su dedicación principal está orientada a la performance. Ahora, al abordar una performance de una duración desbordante consigue entremezclar la actuación con la vida misma, hasta el punto que vida y performance se vuelven intercambiables. Nada más teatral que la vida misma. Ahí está ese artista que actúa como pintor, que fuma y bebe frente a su modelo, detenido en el tiempo, una pieza viviente de museo que actúa al compás de la música de Wes Montgomery y de las aguas del Gran Canal: tal vez el último pintor o simplemente un actor a tiempo completo.