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por Herman Bashiron Mendolicchio
En el último informe mundial sobre drogas (2009) se reafirmó que "las drogas ilícitas siguen planteando un peligro para la salud de la humanidad. Por ello, las drogas están, y deben seguir estando, controladas".
Uno de los espacios en los que se controla el consumo de opiáceos está situado en el casco histórico de Barcelona, precisamente en el interior de la muralla medieval de Drassanes, uno de los mejores ejemplos del patrimonio gótico civil de la ciudad.
Aquí, en el baluarte, en el "Espacio de Venupunción Asistida" (EVA), en el lugar llamado por sus funcionarios "Espacio Sociosanitario" o en lo que es más comúnmente conocido como "Narcosala", se desarrolla y se extiende la parte, podríamos decir neurálgica, del proyecto artístico de Aníbal Parada.
Concretamente se trata de dos etapas: 1) una invitación a visitar el sitio en fechas y horarios determinados impresa y expuesta en el marco del ciclo de exposiciones Kairós, Momentos de Claridad en el Espai2 de la sala Muncunill de Terrassa; 2) la realización práctica de las visitas.
La visita plantea y genera sensaciones y preguntas contrastantes. Previas y sucesivas. Previamente genera curiosidad y un fuerte interés hacia el aspecto socio-cultural que puede surgir a partir de una propuesta artística. Al mismo tiempo genera una duda sobre el carácter exótico, o de invasión, que podría asumir la acción.
El espacio se desarrolla en dos alas a las que se puede acceder previa identificación en la entrada. A la derecha hay un espacio social compartido, mesas, una pequeña cocina, libros, periódicos, lavabos y duchas. Aquí se atienden a los usuarios para que puedan relacionarse, lavarse, desarrollar distintas actividades y recuperar lo que se supone que hayan perdido: la dignidad.
Al lado izquierdo hay las salas de consumo: la primera, para las inyecciones por vía intravenosa, tiene el aspecto de un locutorio. Cinco sitios, cinco asientos, cada uno equipado con sus herramientas. Una enfermera asiste ese camino hacia el abismo. En la segunda sala hay una única mesa central y aquí se proporcionan unos rulos de papel de aluminio para fumar. Un espeso cristal divide los asistentes de los usuarios.
La duda previa se solucionó. La visita no produjo un sentido de invasión, al contrario, nos recibieron con todo el interés de explicar a personas externas que es este espacio y que acontece en él.
No me detendré en los usuarios, perdón, en los muchos usuarios que acuden al espacio EVA, sino más bien en la complejidad ética que supone la existencia de este espacio y mi percepción de la propuesta artística de Aníbal Parada.
Al salir de la sala surgen las preguntas que dan forma a la complejidad y a la ambigüedad que rodea el espacio. Allí, ¿La institución controla el consumo de drogas? ¿La institución permite el consumo de drogas? ¿Lo tolera? ¿Se controla el uso, el abuso o el mal uso de drogas? Allí, ¿desaparece la prohibición? ¿se da lugar a una regulación?
Más probablemente se siguen las orientaciones del informe de las Naciones Unidas en el que se insta "a promover el derecho a la salud de los toxicómanos: deben recibir ayuda y reintegrarse a la sociedad. La adicción es un problema de salud y no debe encarcelarse a los afectados (...) La toxicomanía es un problema de salud: las personas que consumen drogas necesitan ayuda médica, no ser castigados como delincuentes".
Aunque la complejidad del discurso es elevada, la visita ha añadido elementos útiles para el desarrollo de nuevas reflexiones.
La propuesta artística de Aníbal Parada supone la superación de una visión superficial, la construcción de una visión crítica y cognitiva, el pasaje de lo exterior a lo interior. Sigue la metodología empírica de una investigación de campo y permite un acceso al conocimiento a través de la experiencia.
En este sentido el proyecto de Aníbal Parada produce un tiempo dilatado, kairós, una profundización en el tema y no un consumo rápido. Se sitúa en lo que podríamos llamar un arte de la experiencia. La creación de un espacio relacional se contrapone al concepto de fast food de la imagen. No estamos delante de un World Press Photo donde se premia la transposición de la miseria "Otra", ni sentados en un sofá delante de un documental cuyo horror se puede ocultar simplemente con un gesto.
Estamos delante del hecho y no de su representación.
por Lucila Vilela
I .
Al llegar a la exposición "Kairós, momentos de claridad" en el Espai2 de la sala Muncunill de Terrassa, una invitación nos conduce hacia un espacio exterior. Un desvío es provocado. El aviso, colgado en la pared, incita a una postura; sugiere un desplazamiento de la mirada hacia una realidad social. El trabajo del artista Aníbal Parada es una visita guiada a un espacio que está lejos de un deleite visual. Su obra consiste en un gesto, en una propuesta que coloca al espectador en una situación activa. Provoca una incomodidad ¿En que consiste ese interés? Lo que me lleva a hacer la visita al espacio de venopunción asistida, donde los drogadictos se pinchan, es sólo el hecho de tratarse de una propuesta artística. Voy porque me lo indica un artista. Voy porque me conduce el museo.
II.
La obra de Aníbal Parada empieza con una extrañeza. La propuesta de invitación, debido a su carácter inusitado, se convierte en un primer momento en producto de la imaginación. Abre espacio a la expansión de imágenes al plantear la real posibilidad de hacer esta visita. Una imagen presente - la invitación - me lleva a pensar en lo que está ausente, invisible. Queda saber hasta qué punto las imágenes retenidas corresponden a la realidad. Surge así la curiosidad. Pero la curiosidad se vuelve débil al paso que evoca un estado de conciencia: social y con respecto al otro. ¿Cuál es mi postura ante tal propuesta? La obra plantea una cuestión y pide un espectador actuante. Juega así con la duda. Con la posibilidad de aceptar o no.
III.
El encuentro acontece en hora y fecha determinadas. El entorno ha cambiado y enseguida se reconoce a las personas que vinieron a través del artista. La sensación de aglutinación para hacer una visita en un ambiente que no te pertenece causa una incomodidad similar a la de las visitas turísticas. Existe un atractivo común que reúne a esas personas. Pero no se trata de un atractivo morboso como los que organizan los llamados reality tours que existen actualmente, sino que el atractivo se convierte en la propia participación como situación artística. Así, en este caso, el interés se vuelve la posibilidad de establecer una relación entre la visita y el arte.
Después de la digestión de la propuesta, viene la fase de la experiencia. La observación del centro, del espacio y de la actitud artística. La visita empieza con una explicación detallada del proyecto, aclarada por la directora del centro. La Sala Baluard acoge los drogodependientes proporcionando condiciones higiénicas y seguras para la inyección de las drogas. El discurso se justifica en el intento de tratar un problema, de traer a la luz lo que se tapa a los ojos.
La visita empieza: pasamos por las salas administrativas, lavabos, un comedor y llegamos a la llamada "narcosala", un espacio cerrado donde se encuentran una especie de cabinas particulares con el material necesario para la inyección de la droga. La luz roja indica cuando las cabinas están ocupadas; la luz verde, libera la entrada. "Todos esos se van a pinchar?" , nos pregunta un usuario que acaba de salir de la sala. El trato bien humorado de los enfermeros deja el ambiente relajado. Aquí se establece una relación con el otro, un espacio donde se cruzan las diferencias, donde mirar implica también ser mirado.
IV.
El espacio que acoge los drogadictos no es un espacio de casa - home - sino de clínica. Es un local de arquitectura hospitalaria donde atienden, cuidan, pero donde no está permitido dormir. No se trata de un lugar de entrega sino de un lugar donde un mínimo de lucidez es exigida. La Sala Baluard, además, queda dentro de las Murallas de Drassanes, Patrimonio Histórico de Catalunya. Por eso el nombre Baluard (baluarte). Una muralla consiste en un muro cerrado destinado a protección y defensa. Habitar un muro es habitar esa división: entre lo visible y lo invisible, lo amenazado y lo protegido, entre lo que se dice y lo que se calla. Lo que al mismo tiempo se hace visible, se esconde en el aspecto imponente del muro. Las murallas solo se pueden cruzar por la puerta. El patrimonio histórico es mantenido intocable y protegido. La importancia es reconocida. Así, Aníbal Parada nos lleva a ese patrimonio y nos enseña la historia que hoy se hace en él.