Antes del éxito global del I love NY de Milton Glaser (1981), el SoHo era un barrio más o menos marginal que atraía a una bohemia, en algunos casos más interesada en un determinado lifestyle, que en el propio trabajo artístico. La historia de ello es bien conocida; el SoHo pasó de ser el siniestro Hell's Hundred Acres, a convertirse durante la década de los 60 y 70 en lugar de residencia de artistas locales y foráneos, que en un devaluado -y por tanto barato- entorno fabril podían satisfacer la exigencia de estar donde se tenía que estar.
Poco tiempo después, en un contexto de progresiva recuperación económica, el reclamo del arte contribuirá decisivamente a que los nuevos residentes -de un nivel adquisitivo mayor- desplazaran a la población autóctona; la euforia yuppie convirtió las destartaladas fábricas en coquetos lofts, aparecieron las boutiques de lujo, y los artistas acabaron por irse de un barrio que ya no tenía los discretos encantos (baratos) del underground. A día de hoy, cualquiera que se de una vuelta por el SoHo sabe lo que se encontrará.
La "mutación" del conocido barrio neoyorkino también es la historia de un proceso, cuyo aparatoso nombre -gentryfication- viene a colación cada vez que un barrio se artistiza en exceso. El tema empezó a ocupar la atención de los estudiosos (geógrafos, urbanistas y arquitectos, sobretodo) en la década de los 60-70, cuando en un problemático contexto de crisis metropolitanas, se prestó atención a una serie de dinámicas que se visibilizaban sobretodo en Europa y Estados Unidos, unas dinámicas que parecían remitir a viejos conflictos de clase, aunque en este caso sin derramamiento alguno de sangre.
Al margen de esas actitudes pioneras susceptibles de interesar a los cronistas del arte, lo que este tipo de movilidad acaba propiciando es un nuevo marco para la desigualdad social; principalmente porque la irrupción de avanzadillas con "fines creativos" tiende a re-situar el área en cuestión para la posterior proliferación de equipamientos culturales, galerías de arte, locales de ocio, y demás "espacios dinamizadores". O dicho de otra manera: tras los artistas, la explotación simbólico-material, y los espacios de segregación social. Y lo más problemático de todo ello, es que dicho fenómeno no sólo incumbe a una determinada "política cultural".
Hay que remarcar que no sólo la unidireccionalidad artística interviene en este proceso de "aburguesamiento excluyente"; insistimos en que la llegada de inquietos creadores no tiene porqué ser el detonante para convertir un barrio marginal en un emplazamiento de alto dinamismo económico para individuos más o menos pudientes, estudiantes Erasmus, y turistas. De hecho, como el ejemplo del SoHo sugiere, no es tanto el artista, como el arte -en general- el que acaba jugando un papel determinante a la hora de atraer a sectores punteros de la economía tardocapitalista: esto es, como no, a profesionales vinculados a la producción inmaterial
Richard Florida, el avispado gurú de la economía de vanguardia lo tiene claro; en su best-seller El auge de la clase creativa constata el potencial de una serie de profesiones -las que se conocen como liberales, artistas incluidos- que podrían ser la esperanza que contrarrestaría los excesos (o limitaciones, según se mire) de la vieja guardia. Ni que decir tiene, que la obra se ha convertido en el libro de cabecera de más de un estadista con ambiciones teóricas; no se sabe si para tener a mano las claves con las que superar la crisis, o para estar al día de lo que hay que hablar. Parece ser que lo demás -la ubicación espacial de esta "nueva clase" y los conflictos que genera- no plantea demasiados problemas.
Por lo pronto, lo único que se puede afirmar en relación a esta ubicación espacial, es que la artistización de un determinado lugar tiende a generar -antes o después- una serie de conflictos urbanos cuyo "rostro social" es la exclusión de sectores económicamente desfavorecidos; una exclusión que favorece los intereses (culturales, económicos, y políticos) de esa "clase creativa" que Florida celebra con tono optimista. Ni que decir tiene, que esta artistización no presenta visos de remitir ni está restringida a un área determinada: siguiendo una previsible lógica económica, la tendencia que se impone es una creciente descentralización / desterritorialización de lo cultural.
El panorama da para especular sobre cuestiones como la estetización de la realidad, los usos-abusos de la cultura, o incluso volver a recuperar a Foucault para vincular esos usos-abusos de la cultura y el control gubernamental. Todo ello es pertinente en un momento en que las resistencias a estos procesos socio-económicos no van a ser planteadas desde dicha esfera de lo cultural. En efecto, hoy más que nunca, el arte se ha aliado con el poder en un sentido tan sutil, que muchos siguen creyendo (ingenuamente) en un supuesto potencial crítico sin querer ver el destacado papel estratégico que ocupa en la economía global.
Algo de ello no pasó desapercibido a quien puso en una pared un papel con la frase que encabeza este artículo. Su "fuera artistas del barrio", vendría a expresar un creciente malestar ante una especie segregación social "blanda" que se está dando en tantas y tantas ciudades con la coartada del arte. Seguramente, planteado en unos términos tan tajantes pueda resultar excesivo -sobretodo, porque ese sujeto-artista también necesita vivir en algún sitio-; sin embargo, tras esa contundencia sin matices se encuentra cierta conciencia de clase que sabe ver de dónde provienen unas desigualdades que ya no enfrentan al proletario y al burgués. Hoy día de hoy esas desigualdades presentan un rostro tan agradable que convendría estar alerta. Y por eso, por si acaso: "fuera artistas del barrio..."
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Esto es, la ciudad de Nueva York, la capital del arte moderno, que tan bien se consolidó con el apoyo gubernamental de la administración norteamericana. Para ello, véase Guilbaut, S., De cómo Nueva York robó la idea de arte moderno, Valencia, Tirant Lo Blanch, 2007.
Producción inmaterial que remite a las prácticas que involucran el conocimiento, la información, o la creatividad. Para una visión optimista de su "potencial revolucionario" véase Hardt, M. y Negri, Antonio, Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio, Barcelona, Random House Mondadori, 2005.
Florida, R., The rise of creative class: and how it's transforming work, leisure, community and every day life, Nueva York, Basic Books Inc, 2004.