El desespero contemplativo | LUCILA VILELA

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Entrada del Museo D´Orsay | Entrada del Museo Vaticano | Foto del conjunto escultórico Laocoonte | Sala Van Gogh del Museo D´Orsay

La diversidad de adjetivos e interjecciones que habitan la Capilla Sixtina han proliferado considerablemente en los últimos años enriqueciendo el vocabulario que se cierne sobre los aires divinos de la gran obra de Michelangelo Buonarroti. De hecho, dice Roland Barthes, no hay figura más apropiada de la histeria que el adjetivo. La cola de personas que durante horas acompañan el muro del museo de la Ciudad del Vaticano esperando ansiosamente la entrada en la Capilla, denota cómo se ha multiplicado el interés por el arte en un intrigante fenómeno de desesperación contemplativa. Los rumores y flashes ruidosos se intercalan con la seguridad que, con una energía de guerra, lucha por imponer la prohibición de las fotografías. La impresionante cantidad de personas que se comprimen en el espacio transforman la supuesta morada de Dios en un verdadero infierno.

En un lugar resbaladizo entre basílica y museo, la Capilla Sixtina asume un carácter de culto resaltado por una epifanía en estado de ansiedad. El valor de lo sagrado en relación al arte puede ser observado ya en los años 50 cuando Malraux dice: "el museo, que fue una colección, se convierte en una especie de templo." (Malraux in Blanchot: 31). Una de las características atribuídas a este hecho es la atmósfera silenciosa digna de los espacios de culto que es mantenida también dentro del museo, exaltando escénicamente un respeto engrandecido por la contemplación del arte. Sin embargo, hoy el silencio de la Capilla Sixtina es anulado por un estado de excitación y frenesí provocado también por el intento de burlar el sistema que impide la fotografía - la importante prueba de haber visto algo importante de ver sin saber explicar muy bien el por qué. La Capilla Sixtina queda entonces en la más ambigua posición: la capilla se convierte en museo y Dios se convierte en Arte.

Los visitantes que llenan gran parte de los museos europeos son, de hecho, los turistas. No obstante, el turismo cultural que antaño era impulsado por una curiosidad histórica y artística, hoy se define más bien como el síntoma de una especie de síndrome, reflejando las ansias de notoriedad que atacan a las personas dentro del sistema capitalista. La invasión de los museos que abrigan las obras más célebres de la historia llega a ser un curioso elemento de análisis. El interés por el arte es tal que las personas esperan horas en colas para acercarse a los grandes maestros. Es así, pues uno no puede perderse aquello que hay que ver. Pero ante las obras, es necesario asegurar que valió la pena esperar tanto, el por qué. No hay que preocuparse, pues el museo explica. Actualmente los museos disponen de toda la información necesaria para "acercarse" a la obra, para "entenderla", aunque sea por algunos instantes que preceden el olvido. Los oídos y el cerebro son turbados por una ansiada información que anula la escucha de la obra en quietud. Los servicios de audio-guía recientemente empleados en los museos europeos garantizan las informaciones que reconfortan ante la desesperación de la duda.

Los museos reales, escribe Maurice Blanchot, "esos palacios de la burguesía donde las obras, que han pasado a ser de propiedad nacional, dan lugar a rivalidades y a choques de intereses, tienen todo lo preciso para degradar el arte confirmando su alienación en provecho de cierta forma de economía, de cultura y de estética..." (Ibidem:48) El autor también discute el museo como espacio de muerte, un mundo artificial y solitario donde no hay vida. Para Blanchot, "es precisamente en el museo donde las obras de arte, retiradas del movimiento de la vida y sustraídas al peligro del tiempo, se presentan en el confort encerado de su permanencia protegida." (Ibidem: 50) Así, dentro de esa estructura confinada del museo, los turistas se quedan extasiados ante las obras, pero luego se encuentran con una cierta frustración causada por la monotonía. Esto se debe a que la obra se mantiene en cuanto obra; se afirma en cuanto arte. Tal vez por eso la frustración o el tedio sea combatido por la creación del espectáculo. De ahí el importante papel de la fotografía dentro del turismo cultural. La fotografía - y aún más la digital - permite la creación del espectáculo; un espectáculo de luces donde el protagonista principal no es más que el propio turista.


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Así, para alegría de la mayoría de los turistas, hay muchos museos que permiten sacar fotografías y vídeos, prefiriendo invertir en vidrios que protegen las obras que correr un riesgo económico al dejar a los turistas desilusionados. Es cierto que para muchos es más importante sacar una foto al lado de la Monalisa que ver la propia Monalisa. Hablo ahora de la celebridad más pop de las artes: la Gioconda, de Leonardo da Vinci, pintada en 1507, que se expone en las paredes del Museo del Louvre sometida a los flashes histéricos de una multitud frenética. Los grandes museos europeos, en su mayor parte, adecuándose a las necesidades del consumo capitalista, ofrecen también su tienda de réplicas y souvenirs para garantizar la prueba de la experiencia; además de permitir las fotografías. Cómo bien observa Fernando Estéves González, "el museo ya es inimaginable sin su tienda - de souvenirs -. Mas aún, el museo es una tienda de souvenirs que tiene expuestos también los originales." (González in Acto:36) González entonces apunta a esa curiosa inversión de intereses: la experiencia estética desinteresada ya no basta para la masa turística que impregna los museos, y eso se resuelve con replicas, fotografías y todo lo que permite un poseer - reconfortado en el consumo, en la prueba en materia.

La figura del turista, de este modo, es conectada a la idea del ocio y del consumo; una cuestión que fue abordada en 1996 por el artista belga Francis Alÿs, residente en la ciudad de México. En su obra titulada "Turista" el artista se fotografió junto a los trabajadores que ofrecen sus servicios en la Plaza del Zócalo, plaza principal de la ciudad de México, ostentando un cartel de "turista." El contraste de la figura del artista que posa como turista al lado de los trabajadores que venden sus servicios, juega con esta inversión de papeles, es decir, el turista debe gastar dinero y no recibir, dedicarse al ocio y no al trabajo. Francis Alÿs invierte los papeles causando un extrañamiento, ofreciendo un servicio nulo. O, tal vez, la fotografía puede sugerirnos aún, irónicamente, la cuestión de un curioso "trabajo turístico", cuando se considera que hacer turismo hoy en día muchas veces se convierte en un trabajo duro para alcanzar todas las imposiciones - obras y monumentos - que hay que ver, transformando el paseo en una verdadera maratón. Esa meta casi llega al sufrimiento de las grandes peregrinaciones, castigo necesario en los recorridos de ascensión. Afrontar, por ejemplo, la cola del Museo d' Orsay o de la Capilla Sixtina puede dar valor a la entrada en el museo, convertido en espacio sagrado.


Above: Zé Lacerda, Museu de Arte
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Francis Alÿs utiliza un cartel para discutir la posición del turista. Así también, haciendo uso de un cartel en el que está escrito "Museo de Arte", el artista brasileño Zé Lacerda cuestiona el espacio del museo ubicándose en las autopistas junto a los transeúntes que se encuentran haciendo dedo. Enseñar carteles al hacer dedo es una practica común en las autopistas brasileñas, pero los carteles, en general, dicen los nombres de las ciudades. Lacerda, entre los años de 2002 y 2003, realizó ese trabajo en Rio de Janeiro, São Paulo, Florianópolis, Curitiba y Porto Alegre, llegando a situarse no sólo en las autopistas sino también en calles urbanas, delante de la playa o incluso, con ironía, delante del propio museo de arte. El artista aquí nos incita a reflexionar: ¿dónde está el museo? ¿Quién lo frecuenta? ¿Qué se hace en el museo de arte? ¿Por casualidad alguien pasa por ahí? Y de nuevo se percibe la inversión cuando se imagina el pensamiento de aquellos que pasaran y vieran el cartel - ¿va a dónde? Es cierto que la realidad de los museos brasileños es muy diferente de la realidad de los museos europeos; sin embargo, los artistas, en cada situación, nos inducen a reflexionar sobre las cuestiones referentes al lugar del arte y su público.

Ante la idea del museo en tanto que conservador de la tradición histórica, la masa turística que invade los museos europeos tiene la seguridad de estar efectivamente ante una gran obra, lo que enmascara el vacío y el cansancio que la hicieron llegar hasta allí. Blanchot considera que "el arte ha aceptado llegar a ser un arte de museo: gran innovación y para muchos signo de un gran empobrecimiento." (Blanchot:23) Hoy los museos que abrigan las importantes obras históricas son intransitables, aumentando la distancia entre el arte y su público. Actualmente, se puede percibir que el síntoma de histeria que invade a los sectores del turismo cultural es alimentado e incentivado por los museos; promoviendo así toda la superficialidad del sistema capitalista con sus enmarañadas informaciones publicitarias. Según Pierre Bourdieu y Alan Darbel, en el libro El amor al arte, "al designar y consagrar determinadas obras o determinados lugares (tanto el museo como la iglesia) como dignos de ser frecuentados, las instancias investidas con el poder delegado de imponer un arbitrario cultural (...) pueden determinar la frecuencia a cuyo término estas obras se mostrarán como intrínsecamente o, mejor, naturalmente, dignas de ser admiradas o disfrutadas." (Bourdieu; Darbel: 172) De esta manera, el museo, cómo institución, se apoya en ese fenómeno para promover y alcanzar un gran número de visitantes que atraviesan las salas y pasillos anestesiados por lentes, interceptados por cámaras y ahogados por adjetivos.

Bibliografía:

BLANCHOT, Maurice (2007) La amistad, Trad. J.A. Doval Liz. Ed. Trotta, Madrid.
BOURDIEU, Pierre y DARBEL, Alain (2003) El amor al arte. Los museos europeos y su público, Trad. Jordi Terré. Ed. Paidós, Barcelona
GONZÁLEZ, Fernando Estévez, "Narrativas de seducción, apropiación y muerte o el souvenir en la época de la reproductibilidad turística" in Revista Acto, sobre fantasmas (2008) Acto Ediciones, Santa Cruz de Tenerife.