Museos para el conocimiento: El patrimonio cultural UCM como metáfora de lo maravilloso | MODESTA DI PAOLA

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Las colecciones tienen una importancia fundamental en el desarrollo de la cultura visual contemporánea. Por sus reflejos culturales, científicos y sociales, y por sus relaciones con las instituciones académicas y científicas, las colecciones se han definido alrededor de valores estéticos, pero también funcionales, ideológicos, políticos y pedagógicos. Todos estos elementos se encuentran representados en la exposición “Museos para el Conocimiento”, organizada con motivo del 90 aniversario de  la Ciudad Universitaria de Madrid. La exhibición permite una visita directa al patrimonio científico e histórico-artístico fuera de su entorno habitual y está organizada en seis ámbitos: cinco constelaciones (Vegetal, Animal, Mineral, Nosotros y Universidad Complutense de Madrid) y un Laboratorio de Investigación que aúna Humanidades y Ciencias - representadas simbólicamente por Luis Simarro Lacabra (1851-1921) y el filósofo José Ortega y Gasset (1883-1955). A través de la metáfora de las “constelaciones” se muestra al público un rico legado que sorprende por su diversidad, tipología e idiosincrasia, ya que la mayor parte de las piezas de los museos y colecciones de la Complutense surgieron en relación directa con la docencia universitaria y la transmisión del conocimiento. Son obras que, aunque hoy en día están sujetas a una mirada crítica de tipo histórico-artística, han nacido para su uso en las aulas, formando parte de un patrimonio singular que reúne las ramas del saber de forma conjunta y eclética. El visitante de la exposición se encuentra por tanto en una posición de exploración, adentrándose hacia unos ámbitos expositivos que amplifican su mirada hacia lo más eclético, curioso y maravilloso. La primera sala es un “vestíbulo” que introduce al visitante en el carácter histórico, político, estético e ideológico de la exposición. Aquí destacan la colección de tesis doctorales históricas, entre las que se encuentra la del Premio Nobel Severo Ochoa, titulada “Los fenómenos químicos y energéticos de la contracción muscular en la insuficiencia adrenal experimental”, un vídeo documental inédito que narra la construcción de la Ciudad Universitaria, algunos trabajos de alumnos conservados en los archivos, como el trabajo académico de Teresa Vaamonde Valencia (1898-¿?) titulado “La procesional Catedral de Orense”, del Departamento de Historia del Arte Moderno y otros trabajos misceláneos (fotografías, carteles, trabajos académicos y recursos para la enseñanza) tanto de grandes figuras representativas de la cultura de España como de los propios alumnos. La voluntad por parte de los curadores de equiparar visualmente diferentes tipologías de trabajos refleja la tentativa de explicar, desde el principio del recorrido expositivo, la importancia de la producción de conocimiento en todos los niveles académicos. Los museos universitarios, de hecho, deben representar esta carga comunicativa hacia el conocimiento amplio en todas sus acepciones, sean éstas de la alta cultura o de la más modesta producción de conocimiento, tanto de personajes ilustres como de estudiantes, cuya energía intelectual fortificará el futuro cultural de una nación. En otras palabras, los bienes materiales e inmateriales de las colecciones universitarias se construyen tanto por figuras emblemáticas que han contribuido a la formación de la historia cultural del país, como por la energía producida en la enseñanza de generaciones de hombres y mujeres.

 

 

La segunda sala es el “laboratorio de investigación”, ejemplificada en los retratos del neurólogo Simarro, obra de Joaquín Sorolla, del filósofo Ortega y Gasset, obra de Ignacio Zuloaga, y de Erasmo de Rotterdam, obra de Alberto Durero. En ella, las Humanidades y las Ciencias se muestran por medio de sus instrumentos y herramientas de investigación (ya sea la máquina de escribir, el sextante o la tabla periódica), aunque mantengan una misma finalidad: la de contribuir al progreso cultural y científico. Sin embargo la función de muchos de estos instrumentos, sea la del diagnostico médico que del interés cientifico, esconde cierta coquetería y sensualidad no ajena al prejuicio, como en las pequeñas figuras de mujeres que servían como instrumento médico.

La “constelación vegetal” evidencia el interés artístico y científico hacia el mundo vegetal. Tanto artistas como científicos han movido sus intereses hacia la investigación de la naturaleza, representándola en ambos ámbitos, con recursos pictóricos y artesanales no ajenos a los cánones de belleza y al valor ornamental, como los modelos botánicos de Brendel. Así, coexisten en la misma sala tanto bodegones del siglo XVII como láminas y modelos de flores desmontables del siglo XX, que reproducen el mundo vegetal facilitando la enseñanza de la botánica. La relación entre el hombre y el medioambiente es evidente en la sala dedicada a la “constelación animal”, donde se muestran ejemplares reales o modelos del mundo animal -  como la maqueta de caballo de tamaño natural del Museo de Veterinaria - de las facultades de veterinaria y ciencia animal. Éstos, por voluntad curatorial, se han puesto en relación con los estudios anatómicos realizados en la Facultad de Bellas Artes como proceso formativo y educativo. La “constelación mineral” representa el universo de las sustancias inorgánicas, sobre todo minerales presentes en la naturaleza sin haber sido modificados por obra humana, que componen formas y colores asombrosos. Estas estructuras cristalinas tan perfectas en sus geometrías parecen ser el producto de la fantasía de hábiles artesanos, o incluso parecen ser el resultado de una noble competición entre Naturaleza y Arte para alcanzar la belleza.

 

 

La principal labor de los miembros de la Academia es la de observar, experimentar, investigar y difundir los saberes de cada una de las disciplinas universitarias. Esta compleja y entusiasta tarea, se sustenta con instrumentos y recursos muy variados. La “constelación nosotros” muestra este mundo de la investigación que se concreta con objetos excepcionales – como las esferas celeste y terrestre de Robert de Vaugondy (S. XVIII) y el telescopio Galileo del Museo de Astronomía y Geodesia - que representan tanto los estudios como nuestro propio universo metafórico y simbólico.      

Una de los objetivos de la exposición es mostrar una relación dialéctica entre las aparentes diferencias de las colecciones. Artes visuales, ciencias, etnografía, veterinaria, mineralogía parecen compartir valores estéticos y características técnicas que fuera de una sala de exhibición no podrían revelarse. Tanto las obras de arte, como los instrumentos científicos y los naturalias están dominados por una búsqueda implícita o explícita de la belleza, la armonía, la sensualidad y, en ciertos aspectos, también por el erotismo. De algún modo, la exposición “Los museos del conocimiento” reafirma la identidad universitaria como búsqueda entre arte y ciencia, dándonos la oportunidad de visitar una Wunderkammer cuyas colecciones, en conjunto, se revelan eclécticas y eruditas, animadas por la síntesis entre el macrocosmos natural (naturalia) y el microcosmos humano (artificialia). No sorprende que la presentación de las colecciones de la UCM idealmente se acerque al concepto de “cámaras de arte y maravillas”, cimeliotecas, según la expresión latina, o Kunst und Wunderkammern, según la extendida acepción alemana, estrechamente deudora a la renacentista forma de organización del saber. Un saber ordenado en unos ambientes especialmente dispuestos para la exposición de colecciones que recogen todos y cada uno de los aspectos de la “curiosidad” académica. Como bien explica María Bolaños refiriéndose al theatra mundi: “El campo semántico de la palabra curiosidad está ligado al privilegio de abarcar una infinita totalidad, concebida como una suma de entidades autónomas, que se alcanza a través del ver, estudiar o el poseer, pues remite al erudito que desea penetrar en los secretos del arte y de la naturaleza, al viajero ávido de conocer tierras remotas, al que colecciona objetos raros y extraordinarios” (Bolaños, 2008: 68).

 

 

No es extraño el renovado interés por la curiosidad en la conciencia contemporánea, así como por la categoría estética de lo maravilloso, heredera de la doble actitud renacentista de generar conocimiento científico a través de la exhibición de lo enciclopédico y eclético. En 2011, el Smithsonian American Art Museum de Washington - uno de los complejos museísticos más grandes del mundo, conocido por la racionalidad de su labor, un despliegue de paradigmas científicos y taxonomías ideales - concibió la exposición The Great American Hall of Wonders, una tentativa curatorial de reconsiderar el patrimonio cultural del museo a través de lo maravilloso. Sólo dos años después, el Getty Research Institute de Los Ángeles publicaba una nueva edición del célebre compendio renacentista de Samuel Quiccheberg, Inscriptiones Vel Titvli Theatri Amplissimi… (Múnich, 1565 [2013]). En su introducción, Mark A. Meadow se detiene en la importancia del texto renacentista para los museos contemporáneos, no sólo para volver a ubicar lo maravilloso como categoría de interés curatorial, sino también para usarlo como acción educativa y social. El conocido catálogo de Alberto V de Baviera compilado por Quiccheberg, representa la “más antigua metodología conocida de tales museos” (Schlosser, 1988: 130), una actitud particular hacia la clasificación metódica y la separación de objetos por clases (artificialia, naturalia, mirabilia, etc.), considerándolos interesantes tanto por su extraordinaria belleza como, significativamente, por lo que enseñaban. Quiccheberg imagina la Wunderkammer de Múnich como un complejo de laboratorios artesanales, salas y almacenes destinados a la colección, exhibición, investigación y enseñanza de las artes, las ciencias e incluso de las técnicas necesarias para el estudio del mundo natural. El carácter “práctico” que domina la narración de Quiccheberg sugiere una forma de incorporar y colocar estratégicamente los objetos en la composición espacial del museo-teatro, superando la simple noción taxonómica y demostrando que los objetos pueden contar historias, así como mejorar el valor de significación y la legibilidad de una colección. 

El compendio de Quiccheberg fue un ambicioso intento de exponer y sistematizar objetos maravillosos, ofreciendo a los intelectuales de la época la posibilidad de acceder al saber y crear los fundamentos racionales de la modernidad mediante la investigación y la transmisión de conocimiento. Desde esta perspectiva, el compendio de Quiccheberg ofrece algunos elementos de reflexión para los museos contemporáneos y una crítica implícita a la organización cultural y epistemológica de sus tareas, alegando que el valor fundamental de una colección se encuentra en sus valores pedagógicos y en la investigación científica. Criterios éstos no ajenos a las colecciones y museos que alojan el extenso patrimonio de la Universidad. Al presentarse como un “complejo museológico”, la Universidad Complutense se define como un lugar enciclopédico con características de tipo operativo, cuyas responsabilidades no se detienen en la clasificación y tutela de su patrimonio, sino más bien en la necesidad de producir conocimiento y provocar interés en su público.

 

Bibliografía

Bolaños, M., Historia de los museos de España. Memoria, Cultura, Sociedad. 2ª Ed., Ediciones TREA, 2008.

Schlosser, J. von, Las cámaras artísticas y maravillosas del renacimiento tardío, Akal, 1988.

 

Museos para el conocimiento

28 Septiembre 2017 - 31 Mayo 2018

Sala C Arte C


Edificio Museo del Traje (Avda. Juan de Herrera, 2, Madrid)

Comisariado: Beatriz Blasco, María Dolores Jiménez-Blanco, Sergio Rodero, Sergio Rubira y Pilar Ruiz