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Estaba esta biblioteca en un antiguo palacio lleno de esclareas y columnas,
desconchado y decrépito por aquí y por allá..
Italo Calvino
Christian Boltanski. Flying Books – Homenaje a Borges, 2012.
Un edificio antiguo está destinado al olvido, pero el olvido es parte importante de la trama de la memoria, formada pues por los huecos de la costura; no solo por los hilos, sino también por sus transparencias. La memoria sólo puede ser construida por la constante oscilación entre recuerdo y olvido, pues el pensamiento es incompleto y depende de asociaciones y elecciones que siempre se hacen mediante alguna falta, alguna ausencia. Christian Boltanski creó la instalación Flying Books – Homenaje a Borges en 2012, en el edificio de la antigua y hoy inactiva Biblioteca Nacional de Argentina en Buenos Aires, de la que Jorge Luis Borges fue director cerca de veinte años al final de su vida. El artista francés creó una obra que aborda la memoria de ese edificio y la fantasmagoría entre las estanterías vacías de libros que ya no habitan más el espacio. Se trata de un conjunto de cerca de quinientos libros de diferentes idiomas y distintas épocas suspendidos en el espacio vacío del salón central, como si volasen al son de una brisa suave, restaurando la presencia de la biblioteca con las miles de páginas suspendidas. El montaje que el artista propone se asemeja a un ballet coreográfico compuesto por libros suspendidos entre las estanterías vacías, lidiando con rastros de archivos y con la presencia de una biblioteca que ya no existe en medio de las ruinas que envuelven el edificio, alterando así su forma y (re)dibujando su historia.
Georges Didi-Huberman recuerda que, en la magia de las bibliotecas antiguas, todo reposa en el fondo de las estanterias como perlas y corales, pero nada muere por completo; todo espera ser reconocido, releído, algún día, en favor de un nuevo uso. “Toda la biblioteca tiene sus eclipses, pero mientras no sea completamente incendiada, puede dar los más inesperados frutos en sus ramas aparentemente resacas”[1]. Boltanski presenta el tiempo y la memoria una vez más mezclados, donde los libros y los sueños se encuentran entre los territorios imaginarios de una estantería a otra. Para Jorge Luis Borges es recurrente la idea de que la Biblioteca es la memoria de la humanidad y que los libros están impregnados de pasado, pues "Si leemos un libro antiguo es como si leyéramos todo el tiempo que ha transcurrido desde el día en que fue escrito y nosotros."[2] El tiempo es lo que habita el interior de las páginas de un libro entre las estanterías de toda biblioteca, pero el tiempo es también de una permanencia fugaz. Mientras el mundo entero está durmiendo, el silencioso río del tiempo fluye en los campos, en los sótanos y en el espacio; fluye entre los astros y arrebata el mundo, enseñando todos nuestros ayeres y todos los ayeres de todo el pasado. Existe un tiempo para los fantasmas, un tiempo para la reaparición de las imágenes, un tiempo para la memoria de las imágenes, que se hace bajo la forma de una supervivencia.
La arqueología, dice Giorgio Agamben en su estudio sobre el método foucaultiano, es una ciencia de las ruinas, una ruinología. “Las archaí son lo que habría podido o debido darse y que quizá podrá darse un día, pero que, por ahora, existe sólo en estado de objetos parciales o ruinas”[3]. En eso reside la proximidad entre la arqueología de Foucault y la genealogía de Nietzsche, entendida como una búsqueda no de los orígenes, sino de las sobras de aquello que fue. Gris, meticulosa y documental, la genealogía “trabaja con pergaminos arrugados, raspados, muchas veces reescritos”[4]. Ahí está, también, un punto de intersección importante entre el método arqueológico y la montaje de archivos: se trata, en ambos los casos, de una acción del presente sobre los vestigios del pasado, en el intento de actualizarlos. El genealogista, el arqueólogo, el montador de archivos, todos ellos escuchan la historia y no la metafísica. ¿Y qué es lo que ellos aprenden con la historia? “Que detrás de las cosas hay otra cosa, enteramente diversa: no el secreto esencial y sin fecha de las cosas, sino el secreto que ellas son, sin esencia”[5].
Christian Boltanski. Flying Books – Homenaje a Borges, 2012.
El método arqueológico restaura, pega trozos, para dar acceso a la propia ruina de las cosas. De esta manera, la arqueología sería una ruinología. El origen sería una quimera que el historiador debe conjurar, desbastando el mito a partir del punto inicial. El procedimiento de la arqueología filosófica funciona como una terapia que tiene el objetivo de recuperar lo inconsciente de la historia, lo reprimido histórico[6]. La ciencia de las ruinas, para Giorgio Agamben, sería, a partir de esta reflexión, una especie de arqueología de las firmas, en su búsqueda incesante de la emergencia de las formas, esencias a-históricas, todo lo que fue y todo lo que puede ser. En el texto de una conferencia sobre los vestigios del arte, Jean-Luc Nancy escribe que “El vestigio es el resto de un paso. No es su imagen, pues el paso mismo no consiste en otra cosa que en su propio vestigio”[7]. Para Raúl Antelo la imagen es una marca, es ceniza mezclada, más o menos tibia, de multitud de hogueras: “He aquí las cenizas. La propia existencia de la ceniza es un indicio elocuente de la existencia del pensamiento, ahí hubo un acontecimiento, he aquí una señal que, solamente después, requiere aún que ser descifrada. [...] La aparición de un vestigio olvidado o excluido, como la ceniza, se vuelve, por tanto, una forma de inscribir, en la propia vida, lo inexistente, y de reconocer, en el trabajo de su inscripción, que esa operación de inscripción es absolutamente imposible”[8].
Christian Boltanski es un artista que activa la memoria en sus obras a partir de la ausencia, sacando a la luz lo que quedó perdido, buscando los momentos ilegibles e inefables, intentando revivir aquello que es invisible para la memoria, pero que no busca la reconstrucción de un evento pasado, pero sí destellos casi inaprehensibles. Así, establece una sencilla semejanza con Marcel Proust, puesto que ambos buscan analogías y semejanzas entre el pasado y el presente. Proust, según Jeanne Marie Gagnebin, “no reencuentra el pasado en sí – que tal vez sería bastante insípido –, sino la presencia del pasado en el presente y lo presente que ya está allá, prefigurado en el pasado, o sea, una semejanza profunda, más fuerte que el tiempo que pasa y que se disipa sin que podamos cogerlo”[9]. En ese gesto, el artista se aproxima a la figura del trapero que recoge durante la noche lo que quedó del día, transformando el pasado, porque éste asume una forma nueva que podría haber desaparecido en el olvido, transformando también el presente que todavía puede perderse para siempre en las galerías del olvido.
Walter Benjamin destaca que en todo escritor, el artista que rememora, lo importante no es lo que él vivió, sino el tejido de su rememoración. El trabajo de Penélope de la reminiscencia se acerca al del olvido, pues el recuerdo es la trama, y el olvido la urdimbre. El olvido teje para nosotros cada mañana las franjas en la tapicería de la existencia vivida, “es el día que deshace el trabajo de la noche”[10]. La huella inscribe el recuerdo de una presencia que ya no existe, y que siempre corre riesgo de apagarse definitivamente. Para Jeanne Marie Gagnebin “la memoria vive esa tensión entre presencia y ausencia, presencia del presente que se acuerda del pasado desaparecido, pero también presencia del pasado desaparecido que hace su irrupción en un presente evanescente”[11].
Didi-Huberman, rememorando a Walter Benjamin, relata que la historia desmontada o el tiempo suspenso son como el reloj desactivado, donde por algún momento el tiempo deja de funcionar y de operar, pero en ese momento exacto podemos detenernos sobre cada pieza y reorganizar el orden de las cosas[12]. Esa biblioteca sobre la cual el artista trabaja fue despojada de su función inicial, dejando apenas las huellas de lo que fue otrora; pero en el momento en que es desmontada parece entrar en resonancia con la obra de su antiguo director Jorge Luis Borges, un escritor que manipuló tiempos que tampoco eran suyos, desactivó y desmontó cánones, mezcló la literatura, agitó las cenizas de los fantasmas, defendió las impurezas del orden, e hizo que textos separados por siglos y océanos se avecinasen y se contaminasen.
Susan Buck-Morss nos acuerda que las pirámides, las columnas y las estatuas se dañan con el tiempo, son destruidas o simplemente se deshacen, mientras los libros permanecen[13]. Incluso incendiados, los libros retornan en otras encuadernaciones, en otros idiomas e incluso hasta en otras historias. Entre las miles de estanterías abarrotadas de libros rondan espectros que, una vez encontrados, nunca nos dejarán. Una biblioteca sería una especie de gabinete mágico, afirma Borges, donde están encantados los mejores espíritus de la humanidad, que esperan nuestro gesto de abrir el libro para despertarlos para salir de su mudez, tenemos de abrir el libro para despertarlos. Los libros son como las casas antiguas, cargadas de presencia de los hombres y de las mujeres que vivieron allí en el pasado, con sus alegrías y sufrimientos, amores y aversiones, sorpresas y decepciones, de esperanzas y resignaciones[14]. El libro es la gran memoria de los siglos, y ese gabinete encantado es el lugar donde todas las voces inquietas del pasado resuenan en perpetua disonancia.
Christian Boltanski. Flying Books – Homenaje a Borges, 2012.
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[1] DIDI-HUBERMAN, Georges. A imagem sobrevivente – História da arte e tempo dos fantasmas segundo Aby Warburg. Rio de Janeiro: Contraponto, 2013, p. 428.
[2] BORGES, Jorge Luis. Borges oral & Sete noites. São Paulo: Campainha das Letras, 2011, p.21.
[3] AGANBEM, Giorgio. Signatura rerum: sobre el método. Adriana Hidalgo editora: Buenos Aires, 2008, p. 95.
[4] FOUCAULT, Michel. Arqueologia das Ciências e História dos Sistemas de Pensamento. Rio de Janeiro: Forense Universitária, 1971, p. 145.
[5] FOUCAULT, Michel. Arqueologia das Ciências e História dos Sistemas de Pensamento. Rio de Janeiro: Forense Universitária, 1971, p. 148.
[6] AGANBEM, Giorgio. Signatura rerum: sobre el método. Adriana Hidalgo editora: Buenos Aires, 2008, p. 141.
[7] NANCY, Jean-Luc. O vestígio da arte. In: HUCHET, Stéphane (org.). Fragmentos de uma teoria da arte. São Paulo: Editora da Universidade de São Paulo, 2012, p. 304.
[8]ANTELO, Raúl. A imanência histórica das imagens. in: FLORES, Maria Bernadete e VILELA, Ana Lucia (orgs.). Encantos da imagem: estâncias para a prática historiográfica entre arte e história. Florianópolis: Letras Contemporâneas, 2010, p. 11.
[9] GAGNEBIN, Jeanne Marie. Prefácio – Walter Benjamin ou a história aberta. In: BENJAMIN, Walter. Magia e Técnica, Arte e Política. São Paulo: Brasiliense, 1994, 2000, p. 15.
[10] BENJAMIN, Walter. Magia e Técnica, Arte e Política. São Paulo: Brasiliense, 1994, p. 37.
[11] GAGNEBIN, Jeanne Marie. Escrever lembrar esquecer. São Paulo: Ed. 34, 2006, p. 44.
[12] DIDI-HUBERMAN, Georges. Ante el tiempo – História del arte y anacronismo de las imagens.
Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2006.
[13] BUCK-MORSS, Susan. Dialética do Olhar em Walter Benjamin e o Projeto das Passagens.
Belo Horizonte/Chapecó: UFMG/Grifos, 2002, p. 203.
[14] BONNET, Jacques. Fantasmas na biblioteca – a arte de viver entre livros. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 2013.