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«Pero tanto encarnizamiento me asombraba. Hubiera querido tratar de explicarle cordialmente, casi con cariño, que nunca había podido sentir verdadero pesar por cosa alguna. Estaba absorbido siempre por lo que iba a suceder, por hoy o por mañana».
(Albert Camus, El extranjero)[1]
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Albert Camus (1913-1960) escribió El extranjero, su primera novela en 1942, poniendo de manifiesto la degradación de la condición humana en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. La novela presenta el nihilismo, la decadencia y la violencia de una Europa sacudida por dos guerras, reflexionando sobre la naturaleza humana y lo absurdo del destino en la existencia. No es de extrañar que la obra marcara su carrera literaria y se convirtiera en un éxito, pues constituye un fiel reflejo de la época, pintando un retrato gris de la sociedad que ve de forma apática su propio desencanto.
Camus presenta un individuo plano, estático y carente de todo aquello que nos define como humanos, que espera el ir y venir de los acontecimientos sin desear ningún cambio drástico, representando lo aburrido de la existencia. La falta de responsabilidad individual, de libertad y de emociones del protagonista nos hace cuestionar los actos que conforman nuestro significado y sentido de la vida. No olvidemos que Camus formó parte del «círculo existencialista de Sartre, […] Merleau-Ponty, de Beauvoir y el joven Lacan, importadores del capital cultural alemán de los fenomenólogos y freudianos».[2]
Camus escribió una obra provocadora, plenamente vigente, que presenta la falta de voluntad y de pasiones en una sociedad saturada de valores superfluos, que forma hombres y mujeres incapaces de sentir; en donde la satisfacción sólo se encuentra dentro del propio individuo y se contrapone a la devoción y las creencias religiosas. El extranjero es una novela que no deja indiferente a pesar de que su protagonista no le conceda a nada ni la más mínima importancia: esa falta de interés es la que provoca que reflexionemos sobre las consecuencias de nuestros actos y su repercusión en la estructura social.
Testigo de su tiempo, plasmó en sus novelas la idea de la moralidad tan olvidada y prostituida en tiempos de guerra y postguerra. Podríamos considerar que Camus acercó la filosofía a la gente mediante la narrativa, convirtiéndose su obra en un producto cultural más accesible al ser la novela llevada al cine por Luchino Visconti [3] en 1967 bajo el título Lo straniero, sin ser un éxito debido al complejo proceso de plasmar en la pantalla el pensamiento existencialista. Del mismo modo el grupo británico The Cure le dedicó una canción titulada Killing a Arab, editada en 1979, no exenta de polémica debido a ser considerada por muchos erróneamente racista.
La novela como material de inspiración para otras formas artísticas, nos revela su importancia y su influencia en los modelos de sociedad y sus formas de expresión. Así lo observamos en su adaptación al teatro en la versión presentada en el Teatre Lluire de Gràcia con el título L’estranger,[4] a cargo de Rodolf Sirera y bajo la dirección de Carles Alfaro, en donde la alienación y el desencanto que se respiran en la novela, así como la indiferencia de su protagonista, Meursault, son llevados a escena.
Los dos actores de la pieza: Ferran Carvajal y Francesc Orella brindan una interpretación correcta que presenta al protagonista en un desdoblamiento interior. Además Orella se encarga de dar vida a los personajes que acompañan a Meursault, mientras que Carvajal interpreta al único personaje femenino: María Cardona, la amante. Un acierto por parte de Sirera y Alfaro, pues presentar el hondo dilema existencialista hubiera sido demasiado tedioso para el espectador acostumbrado más a la acción que a la palabra. Nos referimos a un público heterogéneo y a su falta de cuestionamiento sobre asuntos que producen cierta reticencia, en donde, el plantear un trabajo reflexivo por su parte, se opone a las formas inmediatas de la sátira o al entretenimiento como único fin.
Y son las palabras de Camus las que llenan la puesta en escena, la cual se desenvuelve en una celda donde el prisionero espera su ejecución. Imágenes proyectadas y sonidos con reverberación —que en ocasiones hace difícil oír a los actores, pese a que estos lleven micrófonos— logran introducir al espectador en el mundo interior de Meursault. El sonido se convierte en un signo de la conciencia humana, ejerciendo de juez —y parte— de esta existencia carente de valores éticos y morales.
Los signos teatrales – que Barthes denominó como una polifonía informacional [5]– se confabulan en favor de un mejor entendimiento del dilema que enfrenta al espectador con un hombre con el cual concuerda y se incomoda por momentos. La empatía se produce debido al desencanto de una sociedad vacía y superflua que no vemos en escena, pero que sí sentimos mediante sonidos que asfixian el entorno de los intérpretes. Se hace patente esta incomodidad en las acciones del protagonista: su pasividad en cuanto a las consecuencias de las mismas recuerdan al espectador la importancia del deber moral. Durante el juicio a Meursault, los espectadores se convierten en juez, jurado y público de un acto que, tras el último aplauso, debería hacernos reflexionar.
Sin embargo, la versión de Alfaro quizá abusa de efectismos que transforman el signo en un invitado por momentos molesto, que resta a la palabra de su verdadera significación. El espectador —atento y crítico— desearía oír de forma clara y fuerte, desde el mismo interior del actor, esas palabras descarnadas, apáticas y en ocasiones sin sentido, que Camus otorgó a un personaje que remueve los cimientos de la moral social.
Este año, el 7 de noviembre, se cumple el centenario del nacimiento de Albert Camus, una efeméride que vendrá acompañada con actos de reconocimientos a uno de los escritores más destacados del siglo XX. Los espectadores inquietos esperamos poder disfrutar de sus obras de teatro, pues, además de novelista y ensayista, el autor francés —Premio Nobel de Literatura en 1957— desarrolló su crítica de la conciencia del hombre a través de una destacable trayectoria como dramaturgo.
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Albert Camus por Henri Cartier-Bresson, París, 1944.
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Notas:
[1] Albert Camus, El extranjero, Editorial Alianza, 1971, pág. 126.
[2] Randall Collins, Sociología de las filosofías. Una teoría global del cambio intelectual, Editorial Hacer, 2005, pág. 533.
[3] Luchino Visconti, Lo straniero, coproducción Italia-Francia, nominada a la mejor película de habla no inglesa en 1967, protagonista Marcello Mastroianni.
[4] Albert Camus, L’estranger, espectáculo en catalán a partir de la novela L’Étranger, presentada en el Teatre Lliure de Gràcia en la temporada 2012-2013, del 18 de abril al 12 de mayo de 2013.
[5] «Toda representación es un acto semántico extremadamente denso […] el teatro constituye un objeto semiológico privilegiado puesto que su sistema es aparentemente original (polifónico), en relación al de la lengua (que es lineal)». Roland Barthes, Ensayos Críticos, Editorial Seix Barral, 2003, pág. 354.
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