Pasado borroso: el juego de damas de Carolina Chebi | MARIANO ZELCER

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1. Revisitar el pasado

Buenos Aires, julio de 2020. Pintores, fotógrafos, críticos, docentes y tantas personas más llevamos meses dentro de nuestras casas resguardados de una pandemia, saliendo apenas para comprar alimentos o para asistir a alguna consulta médica impostergable. Galerías, museos y centros culturales se encuentran cerrados. Las circunstancias invitan a revisitar exhibiciones del pasado. Una de ellas se recorta en la memoria.

2. Evocar el pasado

Nuevamente estamos en Buenos Aires, pero ahora es agosto de 2017. El centro cultural Usina Juan Gelman organiza un ciclo de artistas plásticas mujeres llamado “Juego de damas”. Carolina Chebi, Cecilia Coppo y María Licciardo exhiben sus obras en un primer piso al que se llega por escalera, frente a la pequeña plazoleta Barón Hirsch del barrio de Villa Crespo. En el salón, cada una de las artistas tendrá una esquina en la cual exponer sus obras. Nos detendremos en la exhibición de Chebi. Sobre el muro hay tres pinturas en acrílico sobre tela.

Carolina Chebi: Las perlas de Lalá. 2017. Acrílico sobre tela. 160 x 140 cm.

 

En la primera de ellas, una niña juega con un collar: Las perlas de Lalá, tal el título de la pintura. Las perlas no son tales: figuradas en color naranja, parecen más bien cuentas de fantasía. Sin embargo, tal vez sean perlas en el mundo de la niña. Su rostro no puede distinguirse:su cabello es negro, algo ondulado; los ojos parecen oscuros, pero no se pueden ver con claridad: sus rasgos están entre sugeridos y borrados. Los trazos son visibles, la pintura está incluso chorreada en algunos espacios: en el fondo ostensiblemente trazado, en el collar, en su cabello.

Carolina Chebi:El Tí. 2017. Acrílico sobre tela. 160 x 140 cm.

 

Hay también una niña de pelo oscuro en la segunda pintura (El Ti). Sonríe y nos mira; abraza a un niño algo menor que ella. Ahora su rostro se distingue mejor; aquí se reconocen con más claridad sus ojos oscuros; es el rostro del niño el que está sugerido. Todas las figuras están visiblemente trazadas: se ven las pinceladas. Esta pintura parece dialogar con la primera: las pinceladas son, metafóricamente, momentos de la vida de esa niña, borrosamente evocados: allí juega de pequeña con un collar, aquí sonríe con un niño, acaso su hermano, ambos acompañados de un perro que de tan borroso apenas puede recordarse.

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Carolina Chebi:Gowland después de la campana. 2017. Acrílico sobre tela. 160 x 150 cm.

 

Los trazos son aún más visibles y las figuras más sugeridas en la tercera obra (Gowland después de la campana): varias personas, la mayor parte de ellas sentadas, se encuentran rodeando una larga mesa que se esfuma hacia el horizonte. Hay quienes están sentados y quienes permanecen de pie. Se distinguen con dificultad niños, adultos y ancianos. De espaldas, en la cabecera, está una vez más la niña de pelo oscuro, ahora con trenzas. Su torso se eleva por sobre el nivel de la mesa casi como el de los adultos que la rodean: ha crecido.

La serie de pinturas construye una cierta narratividad: la niña juega inicialmente sola, crece en compañía de un niño, y ya más grande, amplía su mundo y se reúne con los demás. El trazo matiza el tipo de evocación propuesta: borroso, impreciso, pero a la vez mostrado, trae escenas como recuerdos que no ocultan su carácter reconstructivo: ese pasado fue más o menos así.

 

3. Borronear el pasado

La mirada parecía terminar de recorrer las obras de Chebi en la exposición, cuando se descubre una pequeña mesa ratona con fotografías. El juego de damas de esta artista no se agotaba en las pinturas.

Apiladas y desordenadas, las fotos muestran distintas escenas de lo que se reconstruye, en el conjunto, como los días de una familia en una casa de campo. Enseguida encontramos, entre las fotos, una niña de pelo oscuro: sola en algunas imágenes, acompañada en otras: por un perro, por un varón adulto, por un niño. En un par de fotos no se la logra encontrar: hay una señora mayor con un niño, hay una mesa larga que se pierde en fuga hacia el horizonte, aunque ahora sí, se ve la cabecera del fondo. En conjunto, parecen extraídas de un álbum familiar. Algunas fotos tienen incluso la fecha de la toma sobreimpresa, rastro de la última época de los usos masivos de las cámaras de película, en las que se añadía digitalmente este dato sobre la imagen: 1991, 1994. El día de la visita a la exposición, esa niña rondaría ya los treinta años.

Las fotos hacen redescubrir las pinturas como hablando de un pasado que existió. Nada en las imágenes de acrílico sobre tela podía asegurar que esos pasados supuestamente evocados habían tenido efectiva existencia; incluso hoy no se puede predicar nada ni del collar, ni de aquél perro, ni de esas situaciones allí figuradas: no obstante, la niña, el niño y la mesa larga que se fuga hacia el horizonte existieron: aparecen, como testimonio de un pasado, en aquellas fotografías.

Carolina Chebi:Sin título. 2017. Acrílico sobre fotografíasimpresas en tela.

Sin embargo, las fotografías están intervenidas en los rostros: los trazos gruesos que se observaban en las pinturas que cuelgan del muro reaparecen aquí para borrar los rasgos de las personas figuradas. El dispositivo fotográfico, garante de semejanza, y el género del retrato, centrado en la identificación, entran en jaque por estas pinceladas. Si las pinturas parecían recordar borrosamente, como un efecto evocativo del tiempo, hay en estas fotos un gesto de borramiento ostensible de esos rostros del pasado. Se distinguen los cuerpos y los espacios, pero las pinceladas reaparecen para llevar las fotografías al mismo lugar que lasobras pictóricas exhibidas: estas personas eran más o menos así. La pintura viene a cuestionar la nitidez de las imágenes fotográficas como evocativas de la supuesta nitidez de los recuerdos de un pasado: si nuestros modos de recordar no pueden ser sino aproximados, el acrílico que se encuentra sobre cada uno de los rostros viene a poner en imágenes lo borroso de nuestras rememoraciones, por oposición a los registros técnicos de un dispositivo.