Hector Mavridis | DOROTHEA KONTELETZIDOU

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«Un arte que podría no ser arte» (1)

Se sabe que las condiciones económicas de la producción de arte en el mundo occidental, por lo que se refiere a su reconocimiento, están reguladas. Dependen cada vez más de las leyes del mercado, del márquetin, exactamente igual que cualquier otro producto de gran consumo. Se sabe también que antes de la presentación de cualquier obra en los museos de arte moderno, se «certifica» su valor económico mediante su «paso», su exposición, por parte de los galeristas, como muestra de su valor económico a costa habitualmente de su valor artístico.

Debemos mencionar, claro, que hasta recientemente el sector privado de las artes plásticas en Grecia funcionaba -a falta de instituciones- como mediador económico y estético entre el artista y el receptor. Con el resultado de que -muchas veces- esta relación «de conciliación con el público conduzca a una caída de resistencias y a la vulgarización del arte y del público».(2)

En el marco de este mercado económico-monetario el artista es llamado a resistirse, a ser más cuidadoso en las trampas económicas, en otras palabras, es llamado a proponer, a expresar, a comunicar simples experiencias de percepción y a formular nuevos pensamientos - no necesariamente moldes, a pesar de su importancia- .

Ektoras Mavridis, conocedor desde el inicio de estas condiciones politicoeconómicas, ha escogido rechazar en toda la duración de su creación artística cualquier conformidad estética. «Me he enterado de que conozco» (1996) indicaba con su obra, y puso de nuevo en tela de juicio el sistema de comunicación, buscando de esta manera el vocabulario de su viaje personal y no la retórica de un supuesto contenido.

Un viaje personal que lo lleva al «Arriba o abajo el camino es Igual» (2000), en el que con planteamientos puramente cerámicos sitúa el soplete y el agua como materiales «de pintura» básicos.
Mientras que con la obra «Fresando el Cielo» (2002), el «desplazamiento» de su taller a la zona Amygdaleonas del pueblo Neas Raidestos lo conduce por medio del tallado, del fresado y de la siembra a resaltar el trabajo no creativo como condición creadora necesaria de una actividad cotidiana que se aviene a la cotidianeidad y al humor que el artista tiene de fecundarla.

Recordemos a Allan Kaprow cuando señaló que al cepillarse los dientes cada día en el baño sin espectador alguno, empezó a observar el movimiento del codo, de la boca y del cuerpo.

Es decir, una actividad cotidiana inconsciente le hizo ser capaz de observar los movimientos de su cuerpo, de elevar una acción casual no-creativa a la altura de una auto-observación humanística y, por extensión, a cobrar conciencia de los colores e imágenes de un mundo que no imaginaba, de manera que lo real se convirtió en el motivo, en el desarrollo de lo imaginario.

En este caso concreto, lo que activa Ektoras Mavridis y lo activa a él mismo imaginariamente es la unión inmediata del trabajo cotidiano con el producto creativo que produce el propio trabajo manual y natural. Al trasladarlo a otro lugar, a otro espacio, hace posible que funcione de una manera completamente diferente, de manera que pueda aportar su evolución histórica y social. Es decir, crea un paisaje distinto que por naturaleza está contenido en el conjunto social.

Claro que la cuestión que nos impone cuando observamos su obra, como la acción «Uf», (2007) y «I'll be your mirrow» -Seré tu espejo- , (2009), donde mediante la elección de un espacio de acción muy frecuentado y cotidiano, provoca la reacción de las personas de paso, sea ésta en forma de comentarios desconcertados, en forma de duda o en forma de colaboración ¿Cuál es el elemento que convierte la obra en un acto artístico y no sociológico?

Recordemos sin embargo que el propio desarrollo del modernismo condujo a la desmembración de las artes dentro de las propias fuentes de la vida.

El artista traslada el espacio de su taller a un espacio diferente, con materiales rígidos y maleables, como el ladrillo cocido y húmedo, la tierra... o con las almendras, nos convierte no sólo en testigos sino en participantes de un trabajo manual en serie y repetido donde su numeración estereotipada hace destacar una palabra mecánicamente repetida, ‘afán'. El carácter monótono del trabajo constituye ahora parte y resultado de un proceso plástico productivo, en lugar de una actividad económica.

Y es esto precisamente lo paradójico, un artista al que le importa el arte que imita la vida es un artista que produce y no produce arte.

Produce sonidos cotidianos, afán, tensión y cansancio en un ambiente social, en un momento irrepetible donde la realidad está ya identificada con la actividad cotidiana, y la convierte en creativa sin ser simplemente un fragmento de una idea.

 

1.    Allan Kaprow, L'art et la vie confondus, éd. Du Centre Pompidou, Paris, 1996.

2.    Dorothea Konteletzidou, ARTI, ejemplar 31, 1994.