Disparando torcido. Diferencias y (pseudo)resistencias | RAFAEL PINILLA

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"...no confundir la ideología dominante con la ideología que PARECE imperar..."

Slavoj Zizek

La sentencia de Zizek sirve para ilustrar que una cosa es lo que se impone y otra lo que creemos que se impone. El ejemplo que maneja es claro: la ideología sexual hegemónica es la promiscuidad; entonces ¿cómo se puede seguir apelando desde algunos sectores que hay que superar la "represión sexual"? De hecho, esa misma pregunta se podría plantear en términos similares cuando desde determinados ámbitos intelectuales se invierten esfuerzos ingentes para cuestionar fenómenos como el eurocentrismo, la hegemonía WASP (White-Anglosaxon-Protestant), o los valores que impuso la modernidad.

Se puede decir entonces que esta ambigua trayectoria de la ideología dominante pone en entredicho a unos cuantos representantes del discurso poscolonial. Atrapado en las oposiciones blanco-negro, norte-sur, occidente-oriente, algunos de los teóricos que se han movido en el marco epistemológico de la alteridad y sus derivados siguen pensando -o por lo menos eso parece- que el eurocentrismo y sus excesos son el enemigo a combatir. Sin embargo, un análisis más detenido de la realidad socioeconómica y de las lógicas culturales que se tienden a imponer -en un sentido cada vez más explícito- evidencia que el discurso de esas esferas de poder hace tiempo que ha superado esas oposiciones que han dado tanto de sí.

Desde un punto de vista material es evidente que existen antagonismos y diferencias; sin embargo, como Hardt y Negri apuntan, en la actualidad se estarían acentúando procesos des-diferenciadores que desbordan cualquier oposición. Un ejemplo evidente: el Primer Mundo emerge en el Tercer Mundo y el Tercer Mundo en el Primer Mundo. Un paseo por cualquier ciudad lo evidencia con rotundidad; la miseria invade barrios enteros de Nueva York, Londres o Paris, y el desarrollo de guettos para nuevos ricos está presente en ciudades como Nairobi, Manila, o Adís Abeba. Así pues, el marco analítico que habitualmente manejaba cierto discurso poscolonial no es del todo adecuado para plantear una crítica al contexto actual; en todo caso habría que remarcar que las diferencias que aquí resultan determinantes son las económicas. Dicho en términos tan tajantes se puede objetar que la cuestión racial tiene su peso; sin embargo, ¿seguimos considerando a una persona de otra raza como un ser inferior? Seguramente solo unos cuantos fanáticos -a veces algo ruidosos, eso sí- siguen creyendo en la supremacía racial: las diferencias que generan conflictos son en este caso antes de carácter cultural que racial (p.e: en la escuela laica nada de "velos"; en el barrio nada de mezquitas...)

Al margen de teorías poscoloniales de significativa presencia académica, lo mismo habría que decir de los discursos políticamente correctos que celebran los guettos de lo multicultural exaltando la diferencia y sus virtudes; aquí ya no se trataría únicamente de reconciliarnos con el consumo de todo tipo de productos y experiencias culturales, sino también del mantra ideológico que impone como saludable el (supuesto) entendimiento intercultural. En este sentido el chantaje del pensamiento liberal no deja demasiado margen al respecto: todos felices en/con la diferencia. Aunque evidentemente uno podría plantearse las cosas de otra manera sin caer en la demagogia ¿es necesario que ese otro me entienda y que yo entienda a ese otro? Seguramente para algunos esa pregunta no es pertinente.

De hecho, se podría afirmar en términos políticos que la soberanía posmoderna (ideología dominante) ha superado a la soberanía moderna (ideología que para algunos parece seguir imperando). Los viejos ideales que definieron la modernidad hace tiempo que están en crisis; al margen de un proceso de objetivo aumento de la complejidad sistémica -en sentido luhmanniano-, existe una larga tradición de pensamiento crítico (desde el marxismo de Adorno hasta el posestructuralismo de Foucault) que progresivamente ha ido erosionando la arrogancia epistemológica del proyecto moderno. Y todo ello, sin ánimo de hacer oídos sordos a los innumerables analistas de lo diverso -aunque no habría que olvidar que muchos de esos discursos son un fenómeno de características típicamente posmodernas.

Convendría entonces no perder de vista que los axiomas que en la actualidad definen la lógica cultural del capitalismo avanzado se entienden mejor por su sospechosa proximidad a conceptos manejados por cierta pseudocrítica que apunta torcido. Fórmulas presuntamente combativas que reifican -o en algunos casos fusilan- conceptos como la desterritorialización, la hibradición, o la diferenciación, tienen que ver más con la mutación de las lógicas que determinan al capital que con la supuesta oposición a unos poderes hegemónicos. De hecho, se trata de una dinámica que no debería pasar inadvertida a aquellos que utilizan un lenguaje, que a día de hoy, estaría demasiado emparentado con el que utiliza el márketing, la comuncación o la gestión y administración empresarial. Y a partir de esa coincidencia estructural resulta complicado plantear oposición alguna.

Surge entonces el sempiterno problema del afuera. En la actual coyuntura socioeconómica no hay un afuera, no hay una oposición real; lo que hay es, retomando a Deleuze y Guattari, una clase y los fuera de clase. Las diferencias de esa única clase es evidente que existen, pero son de grado: los fuera de clase ni tan siquiera son. Ni existieron, ni existen, ni existirán. Porque si su presencia fuera real formarían parte de la clase a la que todos pertenecemos; independientemente de su color o de su ubicación geográfica. Y ahí no hay diferencia real, solo aparente: especular más allá de esa realidad es una ilusión óptica.